¿Ayudan los libros de autoayuda?
«Al principio te gustan porque te sientes identificada con todo lo que dicen, pero al final te das cuenta de que no sirven de nada. Sólo una misma se saca adelante», aseguró una de las participantes de la encuesta que hizo Infobae América a través de Facebook.
Desde Osho en la India, hasta Paulo Coehlo en Brasil, casi todos los países tienen a escritores de este género entre los más leídos.
«Difunden la ilusión de que la angustia se va a resolver rápido, aunque sea algo muy complejo. Pueden producir ciertos efectos, pero son superficiales y transitorios. En cualquier momento, las personas vuelven a sentir el mismo u otro malestar. No resuelven la causa de la angustia», aseguró Enrique Novelli, psicoanalista de APA (Asociación Psicoanalítica Argentina), en diálogo con Infobae América.
¿Por qué tanto éxito?
«Los que más compran esos libros son mujeres divorciadas de más de 40 años y personas con problemas laborales. Los utilizan para solucionar dificultades específicas, que podrían ser afectivas o económicas», le contó a este medio Gastón Souroujón, politólogo del Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, de Argentina) y estudioso de la temática.
Es difícil separar el éxito de esta literatura del aumento mundial de la depresión que registra la Organización Mundial de la Salud. Los malestares psíquicos son vistos cada vez más como problemas que afectan a todos, sin distinción de país o clase social.
También influye que la depresión sea considerada una enfermedad, algo que es por lo menos discutible en muchos casos, y que favorece la creencia en que hay que encontrar una solución inmediata.
Esto se vio potenciado por las dificultades para encontrar un trabajo estable que se generalizaron a partir de las últimas décadas del siglo pasado. No conseguir empleo o no saber si uno durará en el que tiene, genera ansiedad y preocupación, y dificulta que el trabajador se identifique con él.
Por eso, en un contexto de cambio permanente, los libros de autoayuda dan respuestas rápidas, que dependen de la propia voluntad, y que se encuentran en el interior de cada persona, al margen de lo que ocurre a su alrededor.
«Hay un eje que circunda toda la literatura de autoayuda, que es la exigencia de la autorrealización, de hacer el propio camino. Es una demanda moral de encontrar la naturaleza de cada uno», afirmó Souroujón.
El camino a la felicidad
«Puedes programar tu mente para aumentar tu autoestima y ser feliz. Es un entrenamiento de solo cinco minutos diarios y por Internet. Con ejercicios simples, la mente aprende a defender la felicidad y no el sufrimiento», explicó en una entrevista reciente Leonardo Stemberg, creador del contranálisis y autor de numerosos ensayos de autoayuda.
Probablemente sea quien mejor define algo que está presente en todos los representantes del género. Es fácil ser feliz. Sólo hay que proponérselo y, en el caso de Stemberg, entrenarse para ello. De eso se trata la realización personal que describía Souroujón. Es evidente por qué es exitosa una fórmula que promete tanto con tan poco esfuerzo para conseguirlo.
Pero esa concepción de la felicidad tiene varios problemas. Por un lado, supone que es un fenómeno absoluto: uno es feliz o no lo es, sin matices ni contradicciones.
«La felicidad -según Novelli- no es un estado permanente, son momentos en los que se alcanza algo deseado. Pero esto no puede ser eterno, porque el psiquismo humano se configura en base a fuerzas que están en tensión. Esto no se puede resolver apelando sólo a la voluntad. Entonces, si el conflicto queda intacto, se mantiene un fondo que muchas veces se manifiesta como angustia».
Lo que el psicoanalista muestra es la tendencia de muchos autores a abordar de manera superficial fenómenos muy complejos. No es posible ser feliz todo el tiempo, ni puede ser tan fácil alcanzar esos momentos de felicidad. Sobre todo porque, al contrario de lo que suele plantear la literatura de autoayuda, no depende sólo del esfuerzo individual.
¿Sirve la literatura de autoayuda?
«Pasé por momentos duros y me han regalado libros de autoayuda, de autores conocidos. Si bien me sirvieron, sólo vi las cosas cuando me cayó la ficha a mí. Pero de todos modos los aconsejo», comentó otra de las participantes del sondeo.
No se puede afirmar taxativamente si algo le sirve o no al otro. Hay personas que aprendieron algunas cosas y que lograron reflexionar gracias a estos libros, y no sería correcto no creerles. Pero lo que está claro es que los cambios en ciertos aspectos angustiantes de la personalidad no pueden venir impuestos desde afuera.
«La literatura de autoayuda no alcanza porque hay que trabajar aspectos muy íntimos, inconscientes, que ni siquiera el sujeto sabe que están presentes en él, y que desde un punto de vista racional y consciente no los va a poder solucionar», explicó Novelli.
Por eso, el problema no es que se escriban libros que reflexionan acerca de la angustia y que incluso dan algunos consejos para afrontarla. Como con cualquier expresión literaria, algunos los disfrutarán y otros no.
Lo preocupante es que se difundan falsas ilusiones que muchas veces terminan reforzando el sufrimiento psíquico. Si se insiste con que ser feliz o exitoso es fácil y depende sólo de la voluntad individual, y que nada tienen que ver los otros, las desigualdades o el azar, se refuerza la frustración que sienten los que no alcanzan ese ideal.
«La literatura de autoayuda hace al individuo enteramente responsable por el destino de su vida, porque desconoce todo condicionamiento externo y la influencia que tienen las decisiones sociales sobre las personas», concluyó Souroujón.
Somos seres sociales. Caminar, hablar, leer, escribir, trabajar, son todas aptitudes que poseemos porque otras personas nos las enseñaron. No somos indivisos ni enteramente dueños de nosotros mismos, y muchas veces hacemos cosas sin saber por qué.
¿Eso significa que uno no tiene responsabilidad sobre sus actos? No, todo lo contrario. Sólo haciéndose responsables de lo que son, las personas pueden cambiar y aprender a convivir con sus problemas. Apenas se trata de no condenar a quienes que las cosas no les salieron tan bien en la vida.