En los negocios, ¿son bienvenidos los fracasos?
Muchas veces se lo justifica como antecedente para un éxito a futuro, pero siempre resultan ser la peor opción.
En el mundo empresarial, es común leer y escuchar cómo se pontifica el fracaso como un paso casi necesario para el éxito futuro de cualquier negocio.
Fracasar se presenta entonces como algo no tan negativo desde el punto de vista del management y de la formación necesaria de un empresario. Se dice que los fracasos enseñan, que los fracasos te hacen crecer, entre otras cualidades. Casi que un éxito se explica en función de los fracasos anteriores. Cuanto más fracasaste antes, mejor.
¿Bienvenidos los fracasos, entonces? ¿Es tan así?
Es necesario, primero, clarificar qué entendemos por fracaso. Porque no todos los fracasos son iguales.
Está el fracaso, llamémoslo, “épico”. El que viene de la mano del empuje, de la búsqueda de oportunidades, del “hacer”. Es el fracaso porque se sale del confort para caminar por senderos menos ciertos. Está también el fracaso por el mero traspié. El de la impericia. El fracaso que viene del descuido, de la no planificación o del error.
Para que suceda un fracaso, pasó algo fuera de nuestro radar, imprevisto, casi un cisne negro que nos hizo fracasar, o le ‘erramos fiero’ en algo. Naturalmente, se tiende a castigar más el fracaso resultante de un error y a tolerar más el que viene de un riesgo real, pero más cuidado y “avisado”.
Lo segundo es poner en blanco y negro el hecho de que, si bien ambos fracasos son distintos, en definitiva tienen el mismo destino común: el tangible resultado negativo.
Los fracasos tienen, así, consecuencias. Un negocio que no funciona son capitales que se esfuman, personas que quedan sin trabajo, pagos y obligaciones que no se cumplen y hasta problemas legales (que pueden ser también penales).
Porque, en definitiva, la clave del fracaso no es su mitificación, sino el trabajar para evitarlo.
Los negocios tienen una cuota de riesgo y se sabe de entrada que pueden salir mal. Por lo tanto, hay que trabajar duro para no fracasar. Es un gran trago amargo el momento en que un fracaso sucede. Es que los fracasos nos enseñan, pero ¿a qué precio? Hay veces que el precio por pagar es demasiado costoso para justificar un aprendizaje.
En definitiva, el fracaso siempre es la peor opción. Y aun si pasa el fracaso, ojo con idolatrarlo: nada es más dulce y bienvenido que un lindo “no” fracaso. Al fracaso nunca se le da la bienvenida, sólo se lo sufre.