Millones de estadounidenses cobran poco más del salario mínimo y con él no llegan a fin de mes
Todavía hay numerosos analistas político-económicos que se sorprenden con la fuerte resiliencia de la popularidad del siempre controvertido presidente Trump, y con cómo, con las que el magnate va montando una tras otra, sigue manteniendo una buena base de votantes más fieles que un eunuco.
Efectivamente, todo apunta a que el tema no es Trump, sino qué hace que la gente siga apoyando a un individuo que abandera todo lo que él representa tan visceralmente. La desesperación y el descontento popular son muy malos compañeros de viaje de un voto racional y equilibrado, y, a la postre, también de una democracia estable y de una socioeconomía sostenible.
Y nuevos datos revelan cómo, en la primera potencia económica del mundo, en esa cuna del capitalismo que es EEUU, hay ahora mismo millones de estadounidenses que apenas cobran el salario mínimo y no llegan a fin de mes, con la única esperanza nocturna al acostar a sus hijos de pensar que ya volverán tiempos mejores.
Cobrar apenas el salario mínimo en un país con el PIB máximo (y un alto nivel de vida) a nivel mundial
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Desde estas líneas siempre les hemos afirmado que es infinitamente más peligroso un país rico venido a menos, que un país en desarrollo que ralentiza «algo» su fuerte crecimiento. De hecho, es una de nuestras principales críticas hacia la total anarquía y la falta de planificación con la que se ha llevado a cabo la globalización, que básicamente se ha resumido en una deslocalización masiva «por las bravas», con los dirigentes consintiendo a las empresas occidentales irse en masa a la caza de salarios low-cost y de regulaciones infinitamente más laxas, a la par que contribuían decisivamente al deterioro socioeconómico de los países del primer mundo.
Así, a pesar de que según las cifras de rentas mundiales a nivel global, aunque hay toda una masa de trabajadores del primer mundo que se supone que pertenecen al percentil de los ciudadanos con mejores condiciones socioeconómicas, lo cierto es que, si se les mide en términos relativos y de la contabilidad nacional, se puede ver cómo es perfectamente compatible ser un privilegiado económico a nivel global, pero estar pasando serias dificultades económicas a nivel nacional.
En este sentido, EEUU lleva ya varios años arrojando diversos datos que le posicionan entre los países en los que hay una proporción apreciable de ciudadanos en estas condiciones tan deterioradas en términos relativos de macroeconomía nacional. Así, desde algunos sectores destacan cómo en el país que es la primera potencia económica del planeta, sin embargo, el salario mínimo es tan sólo de 7$ la hora, en lo que algunos encuentran ya de por sí un lacerante síntoma de desigualdad. El tema es que ahora se ha publicado una estadística que muestra cuántos trabajadores estadounidenses están percibiendo poco más de este salario tan exiguo para los estándares de vida medios estadounidenses. Y esto, en un país en el que el salario mínimo es de apenas esos raquíticos 7$ por hora, son palabras mayores (y billetes menores). Así, la realidad incontestable es que hay literalmente millones de estadounidenses cuyos únicos ingresos ascienden a poco más de la «mágica» cantidad que supone este mínimo salario (pero mínimo minimorun).
También analizamos hace algunas semanas cómo paradójicamente el aclamado sueño americano, que tanto progreso y estabilidad dió al sistema estadounidense, hoy por hoy es mucho más fácilmente alcanzado en Europa, arrojando otro factor más de desigualdad y de desesperanza para el ciudadano medio de EEUU. Y para acabar con esta breve puesta en antecedentes sobre el «estado de ánimo» del estadounidense medio, falta por enlazarles el análisis que ya hicimos de los resultados que arrojó un nuevo estudio de investigación económica que descubrió cómo hay una clara correlación entre la subida del salario mínimo en EEUU y el descenso de la tasa de suicidios en el país.
Algunos caen en ese argumento de que el libre mercado y la recuperación ya han purgado todo el daño socioeconómico que hizo la Gran Recesión (que fue mucho más allá de una simple Recesión, aunque fuese «Gran»), y se confirma de nuevo la línea editorial que veníamos manteniendo desde estas líneas, por la que ya habíamos publicado que la clase media había visto sus condiciones socioeconómicas severamente impactadas y de forma sostenida en el tiempo (a pesar de la reciente recuperación que llega demasiado tarde. Además, tenemos que el empleo que está creando en concreto el sistema estadounidense es mayormente insuficiente para las necesidades de sus ciudadanos, arrojando una tasa de pleno empleo que dista mucho del panorama real en el mercado laboral de aquel país, y en el cual hay millones de trabajadores forzados a trabajar a tiempo parcial, cuando necesitan (y buscan) un empleo a tiempo completo.
Y tras la explosión del trabajo a tiempo parcial… llega el otro termómetro de la desigualdad: la proporción de trabajadores que cobran el salario mínimo
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Más allá de ese pleno empleo que en realidad resulta no ser tal, pues si uno de los termómetros objetivos que nos podían ayudar a medir de verdad la temperatura real del mercado laboral estadounidense eran esos trabajadores forzosos a tiempo parcial del enlace anterior, el otro no podía ser otro más que la proporción de trabajadores que actualmente están percibiendo tan sólo el exiguo salario mínimo de aquel país, así como si éste les sirve o no para llegar a fin de mes. Esos datos también han llegado ahora, y tampoco son buenos.
Según publicó toda una institución de la investigación económica como es el Instituto Brookings, a su vez tras la publicación del informe de la situación del empleo de la Oficina de Estadísticas Laborales del Gobierno Federal, en un país con unos 330 millones de ciudadanos, actualmente nada más y nada menos que 53 millones de trabajadores de estadounidenses entre 18 y 64 años, o lo que es lo mismo, el 44% de todos los trabajadores apenas ganan un salario del que puedan vivir. La mediana de sus ingresos es de poco más del salario medio (unos 10$/hora), ascendiendo a un salario total anual de unos 18.000$. Y atención especial al dato, porque debo recordarles el gran valor objetivo y complementario que, para medir la desigualdad, aportan las medianas frente a las simples y muchas veces engañosas medias aritméticas.
Puede ser que este salario pueda llegar a ser habitual en determinados rangos de edad u otros países de menor renta nacional, pero las cifras son realmente chocantes no sólo porque se dan en un país que supuestamente es el más rico del mundo, sino porque además afectan a casi la mitad de sus trabajadores. Esto no es sólo argumentalmente incontestable y socialmente insostenible, sino que además es todo un escándalo socioeconómico por la severidad con la que la clase media se ha deteriorado al otro lado del Atlántico, y a la que además los recortes de impuestos de Trump apenas ha beneficiado, sino que se los ha bajado mayormente a los más ricos. Ni los autores que más recurrentemente venimos alertando desde hace años sobre este tema podíamos llegar a sospechar que el drama que les describíamos iba a llegar a tal extremo. Es una auténtica bomba de relojeria socioeconómica.
Y de aquellos polvos, esos lodos, y de esos lodos, estos fangos que nos atrapan
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Y así están ni más ni menos de caldeados los (des)ánimos al otro lado del Atlántico. Pero algunos analistas sorprendentemente aún están muy lejos de llegar a ver la realidad lógica del voto más anti-sistema, que sigue en niveles sostenidamente altos tras la Gran Recesión, y que tan bien ha canalizado y que sigue abanderando un Trump siempre política y calculadamente incorrecto (que no sincero, que lo uno no tiene nada que ver con lo otro. Estos analistas deberían más bien haber empezado por preguntarse por el verdadero porqué de que tantos millones de estadounidenses se hayan aferrado (y sigan aferrándose) a un dirigente como aparenta ser (y a veces también es) el magnate Trump.
Porque millones de estadounidenses se aferran desesperadamente a lo que representa su mediática figura, incluso cuando durante su mandato la reputación y el liderazgo internacional de los Estados Unidos de América se han visto seriamente deteriorados; por cierto, en favor de nuevos líderes mundiales emergentes que (¡Oh casualidad!) han aprovechado el hueco «dejado» (o tal vez incluso oportunamente cedido) por EEUU, que también casualmente no dudan en vender dólares a espuertas y comprar oro en lo que es un movimiento realmente revelador. Todo un rompecabezas económico en el que, como en casi todos, las piezas tan sólo tienen un encaje posible que destaque en probabilidad de suceso sobre todos los demás.
Volviendo al tema de la desigualdad, no son pocos los informes que afirman que esa desigualdad a nivel global lleva en claro retroceso unas cuántas décadas, y es totalmente cierto, pero aquí vienen los muy significativos matices a las cifras. El tema es que este descenso global de la desigualdad parece haber sido tan sólo una consecuencia directa y lógica de la globalización, que directamente a trasladado bienestar, demanda de trabajo, y salarios del primer mundo al mundo en desarrollo, reduciendo considerable y simplemente el hueco entre el mundo desarrollado y el mundo en vías de desarrollo.
Por el contrario, y a la vista de lo que van demostrando esos datos que van dando la razón a las tesis que venimos publicando desde hace años analistas como el que suscribe, lo que sí que ha subido con fuerza es la desigualdad intrasocietaria; que por cierto, al ser precisamente intrasocietaria, por su naturaleza de proximidad, tiene un potencial desestabilizador muy superior al intersocietario. Uno de los factores de sostenibilidad socioeconómica en los plazos más largos viene más bien de cómo la gente suele percibir la desigualdad cuando mira al vecino, o cuando se cruza en un centro comercial con alguien con un poder adquisitivo que le multiplica por varias veces el suyo, y menos con lo que pueden comprar o no comprar los ciudadanos de un país vecino.
Así que va a ser que es cierto que la realidad política tan convulsa que ahora sufrimos ya en incontables países a lo largo y ancho del globo puede ser, sino en todos y cada uno de los casos ni en la misma proporción en todos ellos, una consecuencia directa de la desesperación o la desigualdad percibida por buena parte de los ciudadanos, y que es mucho más importante incluso que la desigualdad real (aunque ésta cotice también significativamente al alza, pero no tanto como la visceralidad intencionada con la que algunos sectores nos la venden). Y sí que esta desigualdad, tanto real como (más todavía) percibida, han hecho de potenciador y detonador a un tiempo, facilitando el auge de populismos, autoritarismos, y sobre todo alentando la desconfianza de la gente en el sistema y las ganas de dinamitarlo todo.
Mucha gente siente hoy en día que el sistema ya no les pertenece, y de nuevo aflora la necesidad ineludible de refundar el capitalismo para devolvérselo a los ciudadanos, a los que nunca debería haber abandonado. La gente siempre va a tratar de conservar un sistema que ve que les beneficia y que les aporta bienestar como sociedad (pero de verdad), y, salvo suicidas autodestructivos y fanáticos, no tratará de dinamitarlo para erigir otro nuevo que a saber si les beneficiará o cuántos muertos dejará de por medio para abrirse camino: las revoluciones se sabe cómo empiezan, pero nunca cómo acaban.
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Puede ser que algunos sigan sin ver esta imperiosa necesidad de refundación, pero independientemente de que venga pintada de un color u otro (ambos extremos del espectro cromático admiten argumentos para apostar por ello), negarla es negar los datos de desigualdad objetivos, negar los votos descontentos contados, negar los gobiernos convulsos formados, y sobre todo negar el apesumbrado y anti-sistema sentir general de muchos ciudadanos. Pocas cegueras son tan peligrosas como la de no querer ver lo que se tiene delante de las narices, y, para colmo, tampoco ser capaces además de olerse la que ya tenemos encima. Cualquier día pasaremos ya de vivir simplemente en una realidad convulsa, a que sea el propio sistema el que empiece a convulsionar con estertores… y entonces muy probablemente ya será demasiado tarde, porque hay caminos socioeconómicos sin vuelta atrás que no sea muy (pero que muy) dramática… tic tac, tic tac, tic tac…