La deuda global se dispara para luchar contra el coronavirus
A escala global, a día de hoy no se ha conseguido doblar la curva de nuevos casos diarios en la expansión del COVID-19. La epidemia sigue su ritmo de propagación sin detenerse.
Tenemos el caso de Estados Unidos que parecía haber conseguido doblar la curva, pero el número de nuevos casos diarios ha ido repuntando en las últimas semanas reflejando nuevos récords.
En los países emergentes existe también un grave problema el número de nuevos casos, especialmente en Brasil e India que junto a Estados Unidos lideran los países con mayor número de casos confirmados.
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Los gobiernos están tratando de dar respuesta a esta situación a través de mayores recursos que vienen de la mano del déficit público. Y es en ese punto en el que el FMI está advirtiendo que estos paquetes fiscales masivos y nuevos préstamos están amenazando ya las calificaciones crediticias y la sostenibilidad de muchos presupuestos.
Pensemos que, por un lado, veremos una fuerte contracción de la actividad económica y consecuentemente, de los ingresos fiscales, junto con un considerable apoyo fiscal por parte de los gobiernos que se prevé que con todo ello la deuda pública mundial alcance más del 100% del PIB en este año.
La previsión actual es que el PIB global se hundirá un 4,9% en 2020, unas consecuencias que empequeñecen incluso a la crisis financiera global entre 2008 y 2009. El estancamiento del crecimiento llevaría a China a un modesto crecimiento del 1%, a un desplome de Estados Unidos del 8% y al derrumbe más absoluto de la eurozona con una contracción del 10%, con España e Italia sufriendo el mayor golpe con un derrumbe del 12,8%.
Y a esta contracción del PIB le sumamos el incremento de los déficits públicos. Se espera que el promedio del déficit fiscal global se dispare hasta el 14% del PIB en 2020. La razón es que espera que los estabilizadores automáticos de los impuestos y la protección social ayuden a amortiguar la caída de los ingresos de los hogares durante la recesión, pero también que contribuyan a un tercio del aumento de los déficits en promedio. En particular, se prevé que los ingresos del gobierno caigan más que los que se hunden las economías.
Por todo ello, nos encontramos con que, a escala global, al finalizar el año alcanzaríamos el máximo histórico del 101,5% del PIB (subida de 19 puntos de la ratio frente al PIB en un año) y, para el año siguiente, llegaríamos al 103,2% del PIB.
Para las economías avanzadas, el organismo internacional espera que la deuda pública llegue al 130% del PIB, unos niveles récord, ya que si tenemos en cuenta el periodo de la Segunda Guerra Mundial, el pico llegó al 120%.
Muchos países desarrollados son los impulsores principales del incremento de deuda global, han llegado a la conclusión de que este aumento el gasto público y, por lo tanto, de los niveles de deuda pública es la opción preferible frente a una destrucción generalizada de la capacidad productiva durante la epidemia.
Para poner un ejemplo concreto, la emisión de deuda pública bruta se disparo a nivel récord de más de 2,1 billones de dólares en el mes de marzo, lo que supone más del doble del promedio entre los años 2017 y 2019 que fue de 0,9 billones de dólares.
La situación puede ser verdaderamente problemática para muchos países porque carecerían de apoyo de capital disponible para hacer frente a ese evento extraordinario, por lo tanto la expansión del virus tendría serías dificultades para ser controlado.
Este desafío por parte de los gobiernos nos lleva a que la trayectoria de la deuda y los déficits está sujeta a una gran incertidumbre y podría subir en un escenario adverso si la actividad económica decepciona debido a un resurgimiento de las infecciones o si los pasivos contingentes de un gran apoyo de liquidez se materializan cuando las condiciones de financiación se hacen más estrictas.
No podemos descartar en el futuro más inmediato una nueva expansión del virus que ponga en tensión a los presupuestos públicos de diferentes países y que presenten problemas para financiarse. Hablamos de una crisis de deuda en la que los países se ven atados por la incapacidad de pedir dinero para refinanciar los vencimientos y afrontar los gastos para el año en curso.
De hecho, este escenario ya lo vimos en 2011 con la crisis de deuda soberana que arrastró a los países periféricos de la Eurozona, y empujó a pedir diferentes rescates para no entrar en el impago de la deuda.