Fracasó la lucha contra la pobreza, ¿y si probamos con la lucha para crear más riqueza?
Los datos que se conocieron hoy ratifican que la pobreza es un problema estructural. La Argentina es el único país de la región -junto a Venezuela, desde ya- que no ha logrado reducir la pobreza ni la indigencia durante la última década. La pandemia y la cuarentena apenas acentuaron un problema que viene de largo.
El fracaso es inapelable. En relación a 2009, en Argentina la pobreza está hoy 7 puntos porcentuales arriba y la indigencia creció más de 2,2 puntos. El Centro de Estudios Distributivos y Laborales (CEDLAS-UNLP)) miró cómo estaba cada uno de los países de la región en 2009 en términos de pobreza y cómo estaban en 2019, tomando datos oficiales de cada país.
¿Qué pasó en la región?. En los últimos diez años la pobreza cayó 7% en Brasil; 16% en Bolivia; 13% en Perú; y 18% en Paraguay. El desastre argentino solo es superado por Venezuela: En la última década (hay datos oficiales hasta 2015) allí la pobreza subió 16 puntos y la indigencia 2 puntos.
Para los gobernantes de todos los tiempos que en tono escolar se dirigen a los niños como “el futuro de la Patria”, hay malas noticias: incierto futuro si el 60% de los niños argentinos viven en hogares considerados pobres o indigentes. Malas noticias que serán horribles en unos años, si no se hace algo en serio.
La evidencia indica que en los últimos lustros la “lucha contra la pobreza” ha sido una aparente prioridad de todos los Gobiernos. La escena política, además, está llena de “luchadores contra la pobreza”. La derrota fue estrepitosa, pese a las loables intenciones de los funcionarios que pasaron por los cargos públicos y los conductores de los movimientos sociales que dicen dedicar su vida a ello.
El balance de la lucha contra la pobreza permite preguntarse si no se podría considerar un nuevo enfoque. Tal vez sea hora de sumar esfuerzos en la lucha a favor de la riqueza, de la creación de riqueza. Imprescindible para ello, además de un entorno económico razonable, la educación, ya que hablamos de 60 % de niños pobres. La buena educación, de calidad.
La lucha a favor de la riqueza parece difícil. El poco interés de los funcionarios y gremios en darle prioridad a la educación se hizo bien evidente en estos días. Y tal vez no solo funcionarios y gremialistas. En las épocas pre-pandemia, las movilizaciones de estudiantes apoyadas por padres, docentes y gremios, traducidas muchas veces en tomas de colegios, se repitieron por un plan de estudios que chicos de 15 años consideraron inadecuado, o por un cielorraso en mal estado o una ventana con un vidrio roto.
Decenas de dirigentes creen sacar patente de superioridad moral autodefiniéndose como “orgullos hijos de la educación pública”. Ponen tácitamente en un plano inferior a quienes se formaron en la educación privada. ¿Ignoran, tal vez, que muchos padres de hogares de clase baja hacen esfuerzos titánicos para pagar un colegio privado y así intentar garantizarles a sus hijos, no ya calidad educativa, pero sí al menos, suficientes días de clase?. Los días de clase que les niegan a los niños pobres de la escuela pública los gerentes sindicales que dominan el negocio de la educación estatal. A veces con aval de los Gobiernos.
Hay estadísticas que hablan del crecimiento de la matrícula privada en todo el país. Tal vez lo que haría falta es que dirigentes o gobernantes y desde ya padres y madres, se mostraran militantes de la educación de calidad, a secas.
Por otra parte, no hay registro de quejas de alumnos y padres por los cada vez más pobres resultados alcanzados por los alumnos argentinos en las evaluaciones educativas, como las pruebas PISA. Nadie ha tomado un colegio por un bochazo generalizado.
De hecho esas pruebas de evaluación de la calidad educativa son repudiadas por encumbradas figuras del mundo de la educación, como la ex viceministra de Educación, Adriana Puiggros, quien considera que “evaluar no es un elemento de la enseñanza, es un instrumento de control y de selección y está pensado desde una lógica empresarial”. Es la respuesta doctrinaria a quien afirma que estudiar para ganar plata está mal. La realidad indica que el país se llena de nuevos pobres, cuando lo que hacen falta son nuevos ricos.
Puiggros renunció semanas atrás a su cargo burocrático, pero no a ese pensamiento anti evaluación. De hecho esa mirada sobre las evaluaciones, y no su eventual presencia en la estructura burocrática de la educación, es la que la mantiene como referente de un sector importante del Frente de Todos y del progresismo en general.
Esa referencia ideológica explica bastante bien por qué se prioriza la supuesta lucha contra la pobreza y no la lucha a favor de la riqueza.
En estos días se empezó a hablar de un escenario de “pobreza Inclusiva”, que podría subtitularse como “pobreza para todos”. Es decir, asignar partidas presupuestarias cada vez más grandes para seguir evitando el descenso socioeconómico de la población. Pocas ideas para promover el ascenso.
Clarín contó días atrás que en 2019 se pagaron 21 millones de cheques con la billetera del Gobierno. El doble que en 2012. Este año serán 33 millones, destinados a 27 millones de personas, el 60% de la población total de la Argentina. Como el tamaño de la torta no crece (el PBI está en niveles similares a los de hace 10 años) el Estado alimentan cada vez a más bocas, pero de una torta que no crece.
Muchos lugares comunes para cuestionar, entonces. Estudiar para aprender un oficio concreto, ganar plata y quizás subir unos escalones en la escala socio económica parece mal visto. Es la manera de enterrar por completo la movilidad social ascendente.