Cómo China terminó con la doctrina de “un país, dos sistemas” y aplastó la democracia en Hong Kong
De un lado unos legisladores pro chinos somnolientos. Del otro, asientos vacíos. Apenas algún murmullo o lectura de la minuta del día por parte del presidente de la legislatura. Esa es la imagen del fin del sueño de “un país dos sistemas”. El salón de la Legislatura de Hong Kong partido en dos después de que los legisladores pro democracia renunciaran en masa. Un proceso que comenzó un año atrás cuando el gobierno de Beijing decidió terminar de facto con la autonomía que venía teniendo el enclave financiero desde que Gran Bretaña se retiró como poder colonial y lo entregó a China en 1997. Por ese acuerdo, Hong Kong debería ser autónomo del poder central chino. Pero la tan mentada paciencia china de los funcionarios del PCCH (el Partido Comunista Chino) se acabó tras un año de protestas. Terminaron con la autonomía y la democracia hongkonesa. La respuesta de los pro-democracia vino el último miércoles en forma de renuncia masiva.
“No sé si era lo mejor que podíamos hacer, pero no nos dejaron alternativa”, explicó a Reuters, Claudia Mo, una de las líderes del movimiento y ahora ex legisladora. “Está bien perder. No está bien renunciar”, agregó. Y nosotros no estamos renunciando. Se trata de un repliegue táctico. Vamos a volver».
El gobierno de Hong Kong, respaldado por Beijing, el miércoles pasado expulsó a cuatro miembros de la oposición en el Consejo Legislativo por “poner en peligro la seguridad nacional” después de que el parlamento nacional de Beijing diera a las autoridades de la ciudad nuevos poderes para frenar la disidencia. Los restantes miembros de la oposición renunciaron en solidaridad. Claudia Mo, del partido HK First, explicó que la pandemia del coronavirus y la nueva ley de seguridad nacional impidieron la reanudación de las protestas callejeras antigubernamentales y antichinas del año pasado, que duraron meses y que terminaron en duros enfrentamientos con la policía enviada por el gobierno de Xi Jingping. “Eso no nos dejó muchas alternativas…¿Y ahora qué? No lo sabemos”, dijo Claudia Mo, que fue una de las líderes del Movimiento de los Paraguas que comenzó en 2014 y de las protestas del año pasado, que exigían el sufragio universal para la antigua colonia británica. “No, no podemos esperar que dos millones de hongkoneses vuelvan a tomar las calles en un futuro próximo, de ninguna manera. Y la lucha legislativa también terminó. Ya no tenía más sentido que estuviéramos allí y nos usaran para decir que teníamos un sistema democrático”.
La última etapa de la lucha por el poder en el enclave, comenzó en mayo de 2019, cuando los legisladores favorables a la posición de Beijing, apoyaron un proyecto de ley que permitía las extradiciones a China continental de los disidentes, donde los tribunales están controlados por el PCCH. Esto provocó enormes protestas callejeras. El 9 de junio de 2019, marcharon más de un millón de personas en una ciudad de 7,5 millones. Tres días después, la policía por china reprimió en forma brutal a manifestantes que habían bloqueado una autopista en las afueras del Consejo Legislativo. La respuesta a la mano dura provocó otra marcha en junio que, según los organizadores, atrajo a casi dos millones de personas. El 21 de julio, después de que los manifestantes vandalizaran la oficina de enlace de Beijing en Hong Kong, grupos parapoliciales atacaron a manifestantes en una estación de tren. Docenas de personas resultaron heridas, entre ellas varios periodistas y un legislador pro-democracia. Quedó claro que la policía hongkonesa no estaba dispuesta a proteger a los manifestantes antigubernamentales, como dice la ley que se cumplía hasta ese momento.
En los meses siguientes, los enfrentamientos callejeros se convirtieron en algo habitual entre la policía y los manifestantes vestidos de negro, que atacaban a los símbolos de la autoridad, incluidas las comisarías y el sistema de metro de la ciudad, uno de los más desarrollados del mundo. Fue cuando aparecieron bandas pro chinas atacando a los prodemocracia con la policía liberando la zona para que actúen con total impunidad. Algunos manifestantes comenzaron a llevar armas improvisadas. Contratacaron a los parapoliciales y cometieron actos de vandalismo en los negocios cuyos dueños se consideraba que apoyaban a la policía y al gobierno. Un eslogan de las películas de los “Juegos del Hambre” se convirtió en consigna de los manifestantes: “Si nosotros ardemos, tú ardes con nosotros”.
Finalmente, en septiembre la comisionada pro china de Hong Kong, Carrie Lam, retiró el proyecto de extradición, pero las detenciones indiscriminadas continuaron. Las protestas se concentraron en los campus universitarios a mediados de noviembre. Los estudiantes se atrincheraron en los edificios universitarios y la policía los atacaba sistemáticamente con gases lacrimógenos, balas de goma, cañones de agua y palazos. Muchos palazos.
Y si los jerarcas del PCCH creyeron que el aumento de la violencia pondría a la opinión local en contra del movimiento de protesta, se equivocaron. El movimiento obtuvo una sorprendente victoria en las elecciones locales de finales de noviembre: los candidatos pro-democracia se quedaron con la mayoría de los escaños en los consejos de distrito, los gobiernos barriales del enclave. Fue una expresión de desafío y de enojo hacia Beijing y sus aliados en el liderazgo de Hong Kong.
Tras la victoria electoral, se produjo una pausa en la confrontación durante varias semanas. Hasta que el día de Año Nuevo, los manifestantes volvieron a las calles con toda su fuerza en una protesta que comenzó pacíficamente pero que desembocó en violentos enfrentamientos con la policía. Ya había cambiado definitivamente el clima. Sobresalía la rabia y el miedo. Comenzaba a deteriorarse la economía del enclave. La mayor plaza financiera de Asia empezaba a tambalear. El estallido de la pandemia en Wuhan puso un manto sobre la crisis. Apenas un congelamiento hasta que el virus permitiera regresar a las calles. Fue cuando el gobierno pro chino aprovechó la situación para posponer las elecciones legislativas programadas para septiembre. Cuando iba a estallar otra vez todo por el aire, se impuso la ley de seguridad nacional. Los llamamientos a la independencia de Hong Kong se convirtieron en ilegales y el sabotaje de la infraestructura de transporte, que se había hecho cada vez más frecuente durante las protestas, se convirtió en un acto de terrorismo. Se estableció una oficina de seguridad nacional y se permitió que el aparato de seguridad estatal de China, que anteriormente había trabajado en secreto en Hong Kong, operara en público.
Decenas de personas fueron detenidas en virtud de la nueva ley. El más prominente de los encarcelados fue Jimmy Lai, fundador del mayor periódico pro-democracia de la ciudad, el Apple Daily. Hasta que esta última semana, el PCCH concedió al gobierno de Hong Kong amplios poderes para “destituir a los legisladores que no muestren una clara lealtad a China”. Los funcionarios hongkoneses actuaron de inmediato y destituyeron a cuatro legisladores. Unas horas más tarde se iban, tras renunciar, otros quince.
Es el fin de la doctrina de “un país, dos sistemas” lanzada por el entonces presidente Deng Xiaoping, el padre de la modernización china, para que los enclaves colonialistas de Hong Kong y Macao volvieran a formar parte del territorio nacional. Según esta teoría, se acepta que dentro de la República China coexistan sistemas económicos y políticos diferentes en determinadas zonas, manteniendo el capitalismo en ciertas regiones del país en paralelo con el sistema socialista. El acuerdo firmado en 1997 con Gran Bretaña debía permanecer vigente hasta el 2047. Xi Jinping y el PCCH decidieron borrarlo con 27 años de anticipación.