Autoestima: Me quiero mucho, poquito, nada
Junto con términos psicoanalíticos como “complejo de Edipo”, el concepto de autoestima se instaló definitivamente en la cultura popular. Fue acuñado por William James, el padre de la psicología, en el análisis del desdoblamiento del «Yo-global» en un «Yo-conocedor» y un «Yo-conocido».
De como se de la conciencia de ese desdoblamiento en cada ser, nace un tipo de autoestima distinto. Lo interesante fue que, por la importancia que adquirió en la sociedad, ayudó jerarquizar la vivencia subjetiva, es decir cómo se ve cada uno a sí mismo y como influye el lugar en el que viven e interactúan.
Algunos evalúan su autoestima en alta, normal o baja. Pero los expertos cuestionan si se puede realmente medir y si es realmente saludable hacerlo ¿Es necesario esforzarse por lograr algo que debería ser natural?
Otros cuestionan el motivo por el cual un individuo debería llevar la carga que representa obligarse a tener éxito social. Otra faceta negativa es medirse según los parámetros impuestos por la sociedad de consumo, que exige determinados objetivos a cumplir. Por ejemplo, ser atraídos por un radar que obliga a imitar a los ricos y famosos. Es autofrustrante y destructivo tener que crear un ego, una imitación burda de si mismo, basada en premisas arbitrarias y en un pensamiento común, perfeccionista y ostentoso.
Las comparaciones siempre son odiosas. Hay una fuerte tendencia aprendida socialmente a evaluarse permanentemente, rasgo que no debería existir, pues simplemente cada uno debiera adoptar el criterio de aceptar su existencia, con la idea de seguir estando vivo y mientras se viva, con la preferencia de ser feliz.
Es irracional buscar el sentido de la vida en lo que opinan los demás. No precisamos aprender a querernos. Es algo natural que todos podríamos hacer si no aparecieran tantos condicionamientos exteriores, como la
exigente y devoradora comparación con los demás. Si bien no vivimos en una burbuja, como para abstraernos de todo lo que ocurre alrededor, ni podemos prescindir de lo que otros hacen y piensan; también en la comparación suele haber algún tipo de aprendizaje. Pero hay que limitar esa acción continua de pensar como deberíamos ser, en base a lo que los demás son o nos inculcan, y no tener que actuar en base a lo que los demás hacen o muestran, con ejemplos de lo que logran fulanito, menganito o sultanito.
Fulano, mengano, zutano y perengano no existieron o al menos no hay hecho histórico alguno en el que ciertos personajes llevasen estos nombres. Se trata de formas gramaticales que se utilizan para aludir a alguien del que no se sabe su nombre o no se quiere decir por cualquier otro motivo.
No vivir comparándonos. Esa necesidad de compararse e imitar es una traición a la que debió ser una búsqueda más personal e íntima, fue una traición porque en lugar de mirar en el espejo de otro, como si fuera un radar, debimos optar por la brújula del autoconocimiento, para hallar a nuestro genio interior y conectarnos profundamente con nosotros mismos para ser los directores de nuestra propia vida.
Y si, finalmente decidimos observarnos (yo observador), debemos hacerlo amablemente con profundo afecto y sin perder de vista nuestro proceso, nuestro camino y no dejar nunca de ser auténticos. En el reconocimiento de nuestra humanidad integral, perfecta en sus imperfecciones, vital y sagrada, está el camino de redescubrir el amor por uno mismo. No hay nada que ganar ni que alcanzar.
Sólo aprender a SER, a APRENDER, a HACER, a CONVIVIR.
Un activo invisible. Groucho Marx refleja en un chiste el colmo de la baja autoestima: “Nunca me haría socio de un club que me aceptara como miembro”. La autoestima es invisible como otros valores, pero en el mundo actual es un factor clave para sobrevivir y un activo económico en un entorno competitivo.
Esta época de cambios demanda recursos psicológicos nuevos: donde había repetición se necesita innovación, donde regía la obediencia se pide independencia, donde existía la centralización ahora reina la delegación. La autoestima responde a la pregunta: ¿me quiero mucho, poquito o nada? Si nada me quiero a nada me atrevo. Si mucho me aprecio asumo grandes proyectos. Como la mente tiene la capacidad autosugestiva de transformar en acto lo que se decide a aceptar, aquello en lo que se cree se concreta como en la “profecía que se autorrealiza”, según la cual, tanto pensando que se puede o que no se puede, igualmente la creencia ocurrirá. Por eso conviene poblar la mente de imágenes positivas. La autoestima, en estos términos, es la convicción de poseer los recursos para alcanzar la felicidad y afrontar las dificultades.
El nivel actual de autoestima. Conocerlo es la clave para superarlo: por eso es importante saber ¿dónde estaba ayer , dónde estoy hoy, dónde quiero estar mañana, y cómo haré para conseguirlo? Tomar conciencia de la realidad evitar reprimirla o negarla, implica abrirse a la información – la buena o la mala-, analizar sus causas, actuar sin esperar instrucciones detalladas, invertir en innovación, y así poder mejorar.
Aceptar el problema. Para resolverlo no basta con que esté al alcance intelectual y que se pueda hacer algo; hay que aceptarlo como propio. Aceptar como uno es y conocer el deseo que lo mueve, es una buena base, porque si el querer es grande el obstáculo se vuelve pequeño. También se debe crear autoestima en los que conviven o trabajan con nosotros, porque al hacerlo crece el capital social con el cual uno cuenta. Implica respeto, criticar con propuestas, no reprochar sino señalar las consecuencias del error y hacerlo en privado.
Asumir la responsabilidad. Salir de la tentación de buscar culpables reconociendo las malas elecciones realizadas. Para que otros crezcan hay que aumentar y clarificar su campo de acción, premiar la iniciativa, sostener las pautas de rendimiento.
Ser auténtico. Es defender lo que se piensa aunque no convenga. Para generar autenticidad en los demás se les debe permitir aprender de la experiencia, a equivocarse sin temor, a respetar el disenso, a cambiar la cultura autoritaria, a que cada cual pueda hacer lo que le gusta.
Tener un rumbo. Relacionar lo que se hace con lo que se pretende, ser proactivo y no reactivo. Para enseñar a lograrlo hay que otorgar poder de decisión y recursos, a coordinar objetivos personales e institucionales y a comparar los resultados con las metas.
Ser congruente. Entre lo que se dice con lo que se hace y cumplir con los compromisos. Quien traiciona se traiciona. Predicar con el ejemplo, reconocer el error, alentar a que lo critiquen, fomentar la ética, evitar el haz lo que yo digo pero no lo que yo hago.
La autoestima es a la vez un capital individual y social. Por eso hay que incentivar los valores que la promueven en lugar de ignorarlos. Así los demás sabrán lo que importa y no lo que se dice que importa. Autoestima es alto rendimiento, es respeto y escucha, es evitar el miedo, es delegar y permitir el riesgo sin el doble discurso: “arriesgue pero no falle”, es reconocer los aciertos, humanizar las relaciones y que el aprendizaje continuo se convierta en una forma de vida. Para motivar, hay que ganar la mente y el corazón. No tratar al semejante como uno mismo quisiera ser tratado, sino como él prefiere que lo traten. La suma de nuestra autoestima con la de aquellos a quienes ayudemos a poseerla, crea una fuerza poderosa: la autoestima general. Proyectando el concepto: ¿cómo sería una sociedad donde todos tuvieran alta su autoestima.
Orientación al ser o al hacer. Hay quienes prefieren quedarse en el ser antes que en el hacer. Llevan una vida ensimismada en sí mismos, consagrados a construir su propio personaje. En cambio el que se dirige al hacer, elige ser escritor porque quiere escribir. El otro elige escribir porque quiere ser escritor. Tiene sed de identidad, un continuo deseo por la acción autotestimonial, no sabe lo que quiere sino lo que abomina.
Conócete a ti mismo. Durante la Década del cerebro. (1990-2000) las neurociencias descubrieron cómo funciona el cerebro. Pero ese avance extraordinario no llegó a las aulas. Si resucitara un maestro del siglo XIX podría enseñar sin demasiados problemas. La inteligencia clave es la vocacional, porque es la que le da sentido a la vida. El futuro del niño y del hombre está sentado en el aula de la escuela.
La sociedad de consumo ofrece un radar que lleva a imitar a ricos y famosos. En cambio, la brújula interior nos lleva a conocernos mejor a nosotros mismos. El Ego es una máscara del Yo real que es impuesta por el medio ambiente. Tomar conciencia despierta al Yo real que permanecía dormido hasta entonces.
DESCUBRIR AL GENIO: LA TEORÍA DE LAS INTELIGENCIAS MÚLTIPLES
Todos tenemos un genio interior. La educación no sabe detectarlo ni desarrollar su potencial. Entonces los talentos, las virtudes y las capacidades esenciales no se desarrollan. La escuela debería estar abierta y preparada para descubrirlos, sin cortarle las alas a nadie. Ser uno más es ser uno menos, para que exista el genio primero hay que descubrirlo.
La orientación vocacional no debe limitarse a encontrar el llamado de la vocación. Debe analizar las destrezas asociadas con la vocación y con el mercado laboral. No basta con descubrir la vocación. Hay que desarrollar al genio interior para que no quede encerrado dentro de la lámpara de Aladino.
INTELIGENCIAS COMPLEMENTARIAS DE LA INTELIGENCIA PRINCIPAL
Se necesita armonizar la disciplina y el entrenamiento para superar las trabas que la bloquean. Si la energía deja de circular se estanca. Es necesario activar la inteligencia emocional. Saber fabricar nuevas ideas, descubrir oportunidades y neutralizar las amenazas. Centrarse en el aquí y el ahora. Ser más creativos, planificadores, estratégicos y ejecutivos. El iluso crea castillos en el aire, el optimista ve tan solo el lado positivo. El esperanzado activo es el que logra que las cosas ocurran.
Meditando se logra atención plena. Eso activa las emociones positivas y las funciones sociales. Y restringe las áreas conectadas a las emociones negativas. Por eso el creador cuando es innovador es el mejor imitador de Dios en la tierra. De la nada que es su vocación aprendió a convertir su espíritu en materia.
La Orientación vocacional y la metodología intelectual se asocian y se combinan: los métodos son la mayor riqueza del hombre y potencian la autoestima. La inteligencia fluida recibida de Dios con la inteligencia cristalizada, propia del hombre. El principal recurso para descubrir al genio interior es la educación. El que le sigue en jerarquía es el tiempo. Hay gente que necesita chocar varias veces con la misma piedra en lugar de hallar tempranamente el llamado de la vocación. No hay que quedarse con una única vocación, sino aprovechar el tiempo libre para buscarla o desarrollar otras alternativas ya sea por no contar con las destrezas que requieran o porque no exista mercado laboral para la principal. Con respecto a la vocación siempre es útil la frase de Séneca: “No hay vientos favorables para quienes no sepan a dónde quieren llegar”