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Adiós a la última mina de carbón británica

El viernes al mediodía no fue un día cualquiera en la mina de Kellingley Colliery, más conocida como «Big K», situada en North Yorkshire, a 320 kilómetros al Norte de Londres. Fue el último. También el más triste, a pesar de que a lo largo de la historia allí se han dejado la vida 17 personas. Los mineros emergieron con sus rostros tiznados de polvillo negro, sus cascos amarillos y sus camisetas naranjas. Como cada día, habían bajado a 400 pies de profundidad, cada uno cantando a grito pelado en su jaula el «Delilah» de Tom Jones, hijo de un minero galés, canción convertida en su particular himno. Pero al volver a la superficie los aguardaba una nube de cámaras y periodistas. Acababan de completar el turno de despedida de «Big K», que con sus 450 empleados era la última gran mina de carbón en profundidad que seguía abierta en el Reino Unido. Hombres muy curtidos, algunos con más de 30 años en los pozos, no pudieron reprimir las lágrimas. Se estaba escenificando el fin de una era. El carbón fue el oxígeno que insufló vida a los primeros ferrocarriles británicos y a su revolución industrial. «Big K», abierta en 1965, llegó a ser en su día el mayor filón de carbón de Europa, con 900 toneladas extraídas por hora. Todavía alberga en sus entrañas 30 millones de toneladas de mineral, pero ya no resulta rentable extraerlo. La generación por carbón continúa suponiendo la segunda fuente de la energía en el Reino Unido, un 29% del total (la primera son las centrales de gas, el 30%). Pero el producto británico no compensa, como reconoce sin lírica Shaun McLoughlin, el encargado de la última mina: «Es muy triste y deprimente cerrar, pero ya no somos rentables frente al carbón de fuera, que es más barato. Se acaba un modo de vida, pero no se puede culpar ni al Gobierno ni a la empresa. Es el libre mercado y la caída en picado de los precios de las materias primas». Como sucede en España, importar carbón ruso, colombiano o estadounidense resulta más barato. Además, la causa contra el cambio climático lo convierte en un recurso con los días contados. Al hilo de los acuerdos de París de la semana pasada, el Gobierno británico se ha comprometido a cerrar antes de 2025 sus centrales carboneras. El mundo de la energía transita por otros pagos en Gran Bretaña. Esta misma semana, el Parlamento autorizó que se pueda extraer energía por frácking en el subsuelo de los Parques Nacionales, siempre que la horadación para la fracturación hidráulica se haga desde fuera del terreno de la reserva. También se seguirá apostando por la vía atómica. Durante la reciente visita a Londres del presidente Xi Jinping se firmó un acuerdo para que los chinos inviertan 8.160 millones de euros en una planta nuclear en el Noroeste de Inglaterra, en Hinkley Point, cuyo coste total se irá a 24.000 millones. Lee Gent, de 26 años, rostro colorado, hijo y nieto de mineros, no entiende nada. Desde los 16 intentaba conseguir trabajo en las galerías de «Big K». Por fin a los 24 lo logró: «Me prometieron una carrera, contaba con trabajar siempre aquí. Pero ahora todo está perdido», comenta apesadumbrado, sentado a la sombra de las enormes tolvas de la entrada de la mina. «Ãƒâ€°ramos especiales, una comunidad única. La moral está por los suelos», añade a su lado el veterano Nigel Kemp, con treinta años picando carbón a sus espaldas. Las minas eran la médula de las poblaciones. De un modo u otro, en los pozos o en la industria auxiliar, todo el mundo trabajaba para ellas. Además el sector cuenta con un simbolismo político, pues contribuyó al nacimiento del sindicalismo, las trade unions, matriz a su vez del Partido Laborista. El eclipse de la minería es un duro golpe en todo el Norte de Inglaterra y Gales, con ciudades que fueron mecas de referencia en la Revolución Industrial y hoy castigadas por el paro y la desesperanza que ha traído la desindustrialización. El país se ha vuelto demasiado «Londres-dependiente» y el gran Norte agoniza. Hoy el 77% del PIB británico lo generan los servicios. El Reino Unido, que llegó a ser una potencia en el sector del automóvil, está produciendo 1,5 millones de vehículos al año, frente a 2,6 millones de España, segundo productor de la UE tras Alemania. La minería de carbón comenzó en las Islas Británicas con los romanos, como casi todo en todas partes. En 1913 había 2.581 minas, que producían 287 millones de toneladas. Tras la Segunda Guerra Mundial el Gobierno laborista nacionalizó el sector, pero en 1952 todavía producía 228 millones de toneladas, que en 2009 ya eran solo 17,8 millones. En 2001 por primera vez las importaciones superaron a la aportación nacional. Los sindicatos, la por entonces poderosa Unión Nacional de Mineros, protagonizaron en 1984 y parte de 1985 un pulso tremendo con la premier Margaret Thatcher, quien intuyendo con visión que aquella industria iba contra el signo de los tiempos quería cerrar 20 pozos, lo que suponía cercenar 20.000 empleos. En realidad el carbón era solo un símbolo de una batalla ideológica de calado: Thatcher quería desmontar el poder sindical que agarrotaba a la economía británica y que a su juicio la hacía caminar con los pies atados. Casi 200.000 mineros se declararon en huelga. Hubo violencia, con 20.000 heridos en las algaradas con la policía. Al final la Dama de Hierro ganó la que se considera la disputa industrial más agria de la historia del país, una lucha cuya épica reflejan las películas de Ken Loach o la afamada «Billy Elliot». En 1985 se cerraron 24 pozos y 16 más al año siguiente. En 1994 el primer ministro John Major privatizó el sector, en la ilusión de salvarlo haciéndolo más eficiente. El cierre de «Big K» revela que era una misión imposible en tiempos de energías más limpias, como el gas, la eólica y la biomasa. Los sueldos medios en la última mina de carbón británica eran de 41.000 euros anuales…



  • Ver original en Diario ABC
  • Publicado el lunes diciembre 21, 2015


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