Pionero del comercio exterior
Enrique Sendagorta se sentía vasco de Plencia y español a partes iguales; se consideraba ingeniero (naval) y empresario creador, también hombre de mar, como sus antecesores. Ejercía de humanista y de persona de familia. Creía que la misión del empresario y de la empresa no solo es crear riqueza sino también propiciar el desarrollo de las personas en su plenitud. El progreso humano, comentaba, se fundamenta en la razón y la libertad, ser justo, bondadoso, persona de bien. «El trabajo es un bien formidable», decía y, por tanto, crear trabajo supone propiciar capital humano, social y moral. En sus últimas declaraciones trasladaba su preocupación por dar trabajo a los jóvenes.
En abril de 2014, los Círculos de Empresarios entregaron a Enrique Sendagorta, en uno de los últimos actos presididos por el Rey Juan Carlos antes de la abdicación, el Premio Reino de España por toda una vida empresarial. Un premio nuevo con la pretensión de poner en valor la labor de empresarios creativos y excepcionales. Había que premiar con acierto pleno, con garantías a una vida ejemplar, a una obra bien hecha, a una persona ni discutida, ni discutible. Y tras barajar no pocos nombres, el de Enrique Sendagorta apareció como el más adecuado para un jurado bien documentado y mejor intencionado.
Enrique ofrecía una vida profesional muy rica como doctor ingeniero naval (1942-48), escuela de Madrid, primero en la Oficina Técnica de La Naval en Sestao y luego como primer ejecutivo de esa compañía de construcción naval. También por sus años en el Ministerio de Comercio con Alberto Ullastres, como director general de Comercio Exterior, durante los primeros sesenta, cuando la economía española salía de la autarquía tras el Plan de Estabilización y buscaba mercados donde vender y también aprender. Sendagorta fue uno de los pioneros del comercio exterior al otro lado del Atlántico y también en los demás continentes. Contaba no pocas anécdotas de su paso por el ministerio y con Ullastres, como por ejemplo la encomienda o consejo que le dio el ministro cuando le pidió criterio sobre las controvertidas licencias de importación: «Mire Enriqueâ⬦ tenemos que contribuir a que España sea un Estado de Derecho; si se deja mucho espacio a la discrecionalidad el derecho corre peligroâ⬦ vamos a dar ejemplo ateniéndonos a la claridad y al Derecho». Sendagorta cuenta en esa generación de empresarios y altos funcionarios que en los años sesenta iniciaron la primera fase de apertura de la economía española.
Crisis industrial
Más tarde fue el primer presidente de Petronor, una de las mayores inversiones materializadas en el País Vasco. Y desde 1976, en el Banco de Vizcaya como consejero delegado que tenía que rescatar la entidad envejecida y afectada por la crisis industrial que pasó una dura factura a los bancos que financiaban industrias con crédito y como accionistas de referencia. Conocí a Enrique en ese trance y aprendí con su conversación siempre amable y pedagógica, con su aproximación humanista a la gestión empresarial, la suya y la del presidente del Vizcaya con el que hizo tándem (Ángel Galíndez, un ingeniero agrónomo que razonaba en términos hidráulicos tras su larga experiencia en Iberduero construyendo saltos de agua). Ambos concitaron en su entorno un equipo profesional joven, bien formado y competente que ha sido muy fértil en el sistema financiero durante el último medio siglo. No debe ser causal que Enrique cursara el primer PADE del IESE el año 1975, con 51 años cumplidos.
Pero si por algo hay que destacar a Enrique Sendagorta y a su familia, a su hermano Manu y a sus hijos y sobrinos, es por Sener, una empresa de ingeniería pionera, innovadora, internacional, que ha cumplido más de 60 años en la vanguardia de la industria naval, en el diseño de todo tipo de barcos, en la aeronáutica, motores y piezas complejas, la nuclear, la química y la termo solar. Ingeniería de vanguardia, de soluciones creativas y novedosas y actividad en varios continentes y dos docenas de países.
No debo pasar por alto su contribución a la universidad de Navarra, especialmente al Instituto Empresa y Humanismo que presidió durante dos décadas y del que se sentía orgulloso.