La tentación del teletrabajo y la pérdida del talento colectivo – deGerencia.com
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La tentación del teletrabajo y la pérdida del talento colectivo

La crisis sanitaria ha dado un valor inesperado al teletrabajo, ya que ha pasado de ser una opción concebida para facilitar la conciliación entre la vida laboral y la personal, a la forma de mantener viva la empresa. Esto va a hacer que cuando la actividad vuelva paulatinamente a la normalidad, los departamentos de organización y recursos humanos den una vuelta a las compañías para dotarse del equipamiento que permita una mayor digitalización de la empresa y, en consecuencia, un mayor trabajo en remoto.

Sin embargo, se corre el riesgo de ir de un extremo al otro. De pasar de ese pensamiento del jefe de personal con manguitos, convencido de que el teletrabajo en realidad es la filosofía del absentismo consentido, al presunto visionario que quiere acabar con los centros corporativos. Si todo lo podemos hacer desde cualquier sitio con un ordenador y una buena conexión a internet, nos podemos ahorrar los costes de la sede de la empresa, pensarán.

Reflexionar es bueno por naturaleza, pero cuidado con el valor que damos a las ideas producidas en tiempos de reclusión. Igual que muchos secuestrados sufren Síndrome de Estocolmo, puede que estemos a punto de identificar el síndrome del confinado, que se detectaría por unos incrementos desmesurados de los indicadores de yoismo y narcisismo. Quizás sea conveniente orear estas ideas brillantes antes de ponerlas en práctica y hacer daños irreparables a personas y empresas.

Las ventajas del teletrabajo como opción temporal o circunstancial son indudables, pero si se quiere transformar en un planteamiento estratégico tiene importantes inconvenientes, incluso para empresas pequeñas. Todo esto dando por hecho que esa actividad en remoto cuenta con todas las opciones técnicas y de entorno, que ya es mucho suponer.

Una compañía que tiene a sus empleados diseminados trabajando desde sus casas destruirá en pocos años la cultura de empresa y matará el talento colectivo, lo más importante, su capital intangible, que seguramente la hace diferente. Se quedará sin alma. El problema es que argumentos casi épicos, que pueden esgrimir preparados gestores de recursos humanos, compiten con la fuerza prosáica de los números tangibles de la hoja de Excel del financiero.

Daniel Goleman, psicólogo y periodista estadounidense que desarrolló la teoría de la inteligencia emocional, señala que “la gente se reúne para colaborar, sea en una reunión de planificación ejecutiva o dentro de un equipo que trabaja para crear un producto en común, y en un sentido muy real surge un coeficiente intelectual colectivo, es decir, la suma total del talento y la capacidad de todos los participantes”. (Liderazgo: el poder de la inteligencia emocional, publicado en 2013).

Esa inteligencia colectiva no depende del promedio de las inteligencias individuales, sino de la inteligencia emocional, para lo que es clave la armonía social, un concepto acuñado por los psicólogos Wendy M. Williams y Robert J. Sternberg en su libro Inteligencia grupal: por qué algunos grupos son mejores que otros. Para ellos, la armonía social es la capacidad de crear un estado de concordia y unidad dentro del equipo, permitiendo que todos los integrantes entreguen lo mejor de su talento, aquello para lo que están y se sienten más dotados y satisfechos de aportar persiguiendo el bien del colectivo.

Habrá quien diga que el teletrabajo no impide la suma de inteligencias en armonía, que ya hay herramientas suficientes para conseguir lo mismo que el trabajo en equipo. Sin duda que hay herramientas, pero que consiguen lo mismo es más que dudoso.

En estos días se puede comprobar cómo, pese a la distancia, el conflicto entre miembros del equipo aumenta ante la diferente interpretación de un correo electrónico. “Ayer no terminé de trabajar hasta las 10 de la noche, cuando pude enviar el texto que habíamos preparado sobre …”. En circunstancias normales, es un compañero dando el parte de cuándo ha finalizado su jornada, quizás haciéndose el interesante y aplicado. Pero en la distancia, sin el valor del lenguaje corporal, de la mirada, puede ser leído como una recriminación.

Me estará diciendo que por mi culpa no ha podido acabar hasta las 10, que lo que le envié no estaba bien rematado, se puede preguntar el receptor mientras se calienta no sé qué en el microondas. Y ahora qué hace; le escribe, le llama, programa una videoconferencia para preguntarle cuál es la interpretación correcta. Seguramente nada; se quedará con la duda y al siguiente correo ambiguo exclamará: ¡pero este tío qué se cree! Y se irá deteriorando irremediablemente esa armonía social necesaria para la creación en grupo…



  • Ver original en Cinco Dias
  • Publicado el domingo mayo 3, 2020


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