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La diferencia entre el poder y la influencia

«Para que no se pueda abusar del poder, es preciso que el poder detenga al poder»

Esto escribía Montesquieu en el año 1748. En L’esprit Des Loix , el gran filosofo del Iluminismo describía su teoría de la separación de poderes en tres brazos: el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Aseguraba que la libertad no florece porque los hombres tengan derechos naturales, o por el resultado de alguna sublevación empujados por sus gobernantes, sino que deviene esencialmente de un poder claramente dividido y organizado, de manera tal que en el caso de que alguien se vea tentado a abusar de él, se encuentre el freno y la arquitectura legal para detenerlo.

Si bien la fuente de Montesquieu no fue la Biblia, podemos encontrar en ella el espíritu de la división del poder. El ejemplo es nada menos que el máximo Poder. Ya lo decía Isaías (33:32): «Porque Dios es nuestro Juez, Dios es nuestro legislador, Dios es nuestro Rey…»

Podemos creer que PODER e INFLUENCIA van de la mano. Que quienes detentan el poder, tienen influencia sobre los demás y viceversa. Y en realidad ambos conceptos van por caminos diferentes. El rabino J. Sacks en su Covenant and Conversation, explica a modo de ejemplo, que si una persona detenta todo el poder y decide compartirlo con otras nueve personas, solamente le quedará la décima parte del poder que tenía al principio. De manera inversa, si alguien tiene la capacidad de la influencia y la comparte con otros nueve, entonces no sólo no la pierde, sino que tendrá aún más influencia. Ya no será una persona irradiando esa influencia, sino diez. El poder funciona por división, la influencia por multiplicación.

En el antiguo Israel existían tres grandes actores de poder: El Rey, el Sacerdote y el Profeta. El poder del Sacerdote regía los rituales dentro del Templo Sagrado y la vida religiosa. El rey tenía la suma del poder. Poder político, militar y económico. Dictaminaba cuándo ir a una guerra, dominaba el ejército, liberaba esclavos o prisioneros y hasta decretaba la vida y la muerte de sus súbditos. Mientras que el Profeta carecía de ese poder. No comandaba ningún batallón, no regulaba impuestos, ni podía decretar sus ideas por imposición. Sin embargo, sí poseía la influencia de su mensaje.

Reyes y presidentes han reinado y detentado el poder total, y pasado al total olvido. Sin embargo, las palabras de los profetas y de los hombres con visión siguen inspirando a través de los siglos por la fuerza y la influencia de sus valores, visiones e ideales. Como dice Kierkegaard: «Cuando un Rey muere, su poder termina; pero cuando un Profeta muere, su influencia recién comienza».

No hay mayor proyecto de continuidad que el inspirar e influenciar a través de un mensaje cargado de sentido.

En el texto de esta semana Moisés está a punto de morir. Finalmente no ingresará a la Tierra Prometida. La misión del verdadero líder no es ingresar a la Tierra sino guiar hacia ella. En el final de sus días, comprende que la trascendencia de su obra estará condicionada a la formación de un nuevo liderazgo, de alguien que continúe con su visión. Dios le encarga que nombre a Josué como su continuador: «Y Dios dijo a Moisés: Toma a Josué hijo de Nun, varón en el cual hay espíritu, y pondrás tu mano sobre él; y lo pondrás delante del sacerdote Eleazar,… y pondrás de tu autoridad sobre él». (Num. 27:18-20)

Al instruirlo en el ritual de iniciación del nuevo líder, le pide que haga tres cosas: Por un lado, que lo presente frente al Sumo Sacerdote, como parte del reconocimiento a otros estamentos de poder. Y las dos restantes están vinculadas a las funciones que cumplía hasta ese momento el mismo Moisés y que se dividirían también, pero recién en la siguiente generación. La de Rey (o líder político) y la de Profeta.

Nos explican los sabios que el acto de «poner sus manos sobre él» era como encender una vela con otra vela. Mientras que «poner de su autoridad sobre él» era como vaciar el contenido de una vasija en otra. (Bamidbar Rabbah 21:15)

Cuando Moisés «pone de su autoridad» a su continuador, se transforma en una vasija que se vacía al llenar otra. Al entregar la totalidad de su poder de mando, se queda ya sin él. Pero al «colocar sus manos» sobre Josué, Moisés enciende una vela con su propio fuego, y en ese momento, lejos de disminuir la fuerza de su propia luz, la multiplica. El Poder de Moisés finaliza con su muerte. Sin embargo, su influencia permanecerá hasta nuestros días.

En la dimensión de liderazgo que nos toque asumir, en tanto líderes de nuestros proyectos, de nuestras familias, en el rol de liderazgo para con nuestros hijos, en el liderazgo político o institucional, como ciudadanos, en lo cotidiano de los días, como líderes de nuestras propias vidas, debemos asumir que no nos eternizamos por tener el control o el poder de todo, sino en la capacidad de influir a través de un mensaje inspirador, creativo y realizador.

A través de la palabra y la contención en el momento preciso a nuestro hijo, el consejo en la angustia a un amigo y el abrazo sincero al que perdió la esperanza. La convicción de las ideas ante los silencios cómplices, la autoridad moral ante la decadencia y la lucha por la justicia ante la impunidad. La voz que no calla ante la complacencia, la resiliencia ante la resignación, y la esperanza ante el conformismo. El despertar con vida renovada cada amanecer, el celebrar en plenitud la llegada de cada tarde, y agradecer el abrigo del refugio en cada noche. El saber ser antes del tener, el saber amar antes que necesitar, y el saber sentir antes que pedir. Alcanzar tiempos de equilibrio emocional, de paz en los vínculos y de elevación espiritual. Trabajar por el otro, junto al otro, y para el otro. Por,, una sociedad más sabia, pujante, en crecimiento, más integradora y más solidaria.



  • Ver original en InfoBAE
  • Publicado el lunes julio 29, 2019


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