El mundo que nos espera y que nosotros no esperamos
Mucho se habla de “el nuevo normal” que en efecto tendrá mucho de nuevo, de inédito, de desconocido e incierto, y poco tendrá de “normal”.
Si algo es seguro, es que nada volverá a ser igual después de esta pandemia covidiana que vino a trastocar nuestras vidas en todos sus aspectos: intempestivo miedo a un virus que no podemos ver pero que enferma y mata, limitación significativa de nuestras libertades, lo público y lo privado entremezclándose, movimientos acotados, nuevos espacios de interacción en linea, acoplamientos creativos de los hogares para el trabajo desde casa, mayores cargas de trabajo (laboral en estricto sentido, más la casa, más la familia), sentido de pérdida y miedo (depresión, ansiedad, insomnio, irritabilidad y riesgo de una nueva pandemia: la de la salud mental), falta de certidumbre y rumbo.
Y entre toda esta vorágine, estamos acostumbrados a pensar que las tormentas pasan y que todo vuelve a la normalidad, que todo regresa a ser como antes. No esta vez. Para sanar más pronto, evolucionar más rápido y adaptarnos para encontrar nuestra nueva felicidad, tenemos que comprender que este fenómeno del siglo 21 nos habrá trastocado para siempre. Jamás regresaremos a las vidas que teníamos antes. Es mejor que lo comprendamos y asimilemos más pronto que tarde.
Cambiarán las maneras de convivencia humana (sana distancia, protocolos de higiene, activación de alarmas cuando haya que regresar al confinamiento); la forma de ejercer nuestro trabajo (se priorizará el trabajo que no implique movilidad, los horarios escalonados, la separación física en el centro de empleo, la limpieza, las tomas de temperatura y las distintas muestras clínicas conforme se vayan perfeccionando); seremos más conscientes de nuestro estado de salud y del de los demás (se priorizará la salud en términos presupuestales públicos y privados, de infraestructura, de disponibilidad de análisis, medicamentos y vacunas, de reconocimiento y retribución al personal que se dedica a esta actividad); los procesos globales de integración, interdependencia, interconexión, y cooperación cobrarán nuevos significados y se librarán nuevas batallas vis a vis los nacionalismos y proteccionismos; la educación y la tecnología estarán más íntimamente ligadas que nunca y habrán de asegurarse formas creativas y efectivas de acceso a este derecho fundamental; se generarán nuevas disciplinas y carreras técnicas y universitarias para dar respuesta a los retos y tiempos inéditos; surgirán y se buscarán liderazgos que puedan ser al mismo tiempo empáticos, pragmáticos y eficaces; habrán nuevas interacciones entre lo intranacional (poderes, federación, autónomos, estados y municipios, lo público y lo privado; asociaciones, colectivos, el surgimiento de un nuevo “social”) y lo supranacional (foros, organizaciones, instituciones).
Este es el nuevo mundo covidiano que tenemos que entender, asimilar, abrazar, domar, capitalizar, potenciar y mejorar. La complejidad y el descubrimiento de lo desconocido serán las constantes.
No se nos debe olvidar que todos vamos en el mismo barco. Todos formamos parte de este sistema. Y una de las lecciones que habremos aprendido, ojalá de una vez por todas, es que somos parte de un todo, que estamos íntimamente relacionados.
Y que no podemos dejar a nadie atrás. O avanzamos, progresamos y evolucionamos todos, o las facturas del olvido, el desdén y la insensibilidad nos van a alcanzar. Siempre.