Cuando China despierte, el mundo temblará
La manipulación de la divisa ha sido un tema a debate en la narrativa económica a lo largo de la historia monetaria. Un país recurre a la manipulación, manteniendo una devaluación o evitando una apreciación competitiva, cuando sufre un bajo crecimiento o recesión económica, alto desempleo con deterioro de las finanzas públicas y necesita encontrar una ventaja competitiva en el comercio internacional, aunque en ocasiones, el crecimiento económico interno, vía receta keynesiana, solo obtiene resultados económicos limitados. Sin embargo, puede alcanzarse un crecimiento económico rápido a través de exportaciones abaratadas por una moneda con un precio inferior al justificado en el mercado, sobre todo, cuando la exportación de sus bienes y servicios es desplazada por la demanda de productos con una calidad y marca país superior reconocida internacionalmente.
Este crecimiento económico tramposo a través de la manipulación es conocido como la política de empobrecer al vecino (Beggar-thy-neighbor) que provocó en cadena la Gran Depresión de 1929 y la inestabilidad del periodo de entreguerras que acabó en la Segunda Guerra Mundial y obligó a la creación de instituciones multinacionales como el Banco Mundial (1944), Fondo Monetario Internacional (1944) y el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (1947) a fin de dar estabilidad al sistema. Igualmente, en esta línea de ajustes, Nixon optó por terminar con la convertibilidad del dólar en oro (Bretton Woods, 1971) introduciendo la moneda “fiat” y el sistema de cambios flotantes. Aun así, la manipulación continuó fuera del patrón oro contra el dólar americano lo que generó tensiones internacionales por lo que los gobiernos de Estados Unidos, Francia, Alemania del Oeste, Japón y el Reino Unido acordaron la devaluación controlada del dólar en relación con el yen japonés y el marco alemán en los acuerdos firmado en el Hotel Plaza de Nueva York (1985) y en el Louvre (1987).
Los países occidentales se despedían del siglo XX compitiendo en la globalización con gobiernos democráticos y economías de mercado con respeto a la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Mientras se producían estos ajustes, China ni estaba ni se le esperaba, despertando un 4 de junio de 1989 del largo sueño de las guerras del opio inducido por los intereses del almirantazgo británico y del posterior aletargamiento de la hambruna maoísta que se vio en la necesidad de cambiar ante la amenaza de perder el poder absoluto el Partido Comunista de China; respondiendo con lo que sólo a una cultura milenaria se le pudo ocurrir, pasar del marxismo cuartelero al “hipercapitalismo” de estado con la idea revolucionaria de “un país dos sistemas.”…