¡Prohibido innovar! Segunda Parte: El dilema individual del cambio.
Una vez entendida la importancia que posee asimilar el cambio y la responsabilidad que las empresas tienen en facilitar los procesos para mantenerse en constante innovación, resulta poco serio suponer que es una practica exclusiva de las organizaciones impedir que su gente aporte ideas y agregue valor a la gestión administrativa, pues, en algunos casos, son los mismos empleados quienes se han prohibido innovar.
Así como las empresas se aferran a lo que por costumbre tienden a denominar \»su cultura\», cada individuo posee una forma particular de observar el mundo y de exteriorizar o mantener ocultas sus ideas o pensamientos e incluso de dedicar tiempo a generarlos, es precisamente por el uso de ese libre albedrío que algunos trabajadores deciden mantenerse con un perfil bajo en sus puestos de trabajo, tratando de no sobresalir por su ingenio ni quedar fuera por su desinterés, limitándose a repetir las experiencias que le han resultado exitosas una y otra vez, bajo la falsa creencia de que el futuro puede parecerse al pasado.
El trabajo estrictamente operativo permite el desarrollo de una conducta orientada a la rutina, así como las pocas expectativas de crecimiento personal, el miedo a ser considerado obsoleto y la falta de orientación al logro se convierten en ingredientes indispensables para crear un equipo humano que rechace el cambio por más sencillo que este sea.
Así como algunas empresas no sólo han entendido que el cambio es la regla y no la excepción, y constantemente ofrecen recursos a sus empleados para desarrollar aquellas iniciativas que se acerquen más a la visión y misión del negocio, motivando con ello la necesidad de mantenerse actualizados; en algunos casos, los procesos de inserción en el mundo de las transformaciones constantes obvian un hecho innegable: forma parte de la naturaleza humana resistirse a los cambios, incluso cuando ella misma los provoca.
La estabilidad y la posibilidad de predecir el futuro, o por lo menos proyectarlo con el mínimo error, han acompañado a lo largo de la historia a sus más importantes protagonistas, incluso las religiones se basaron en ello para mantener por largo tiempo su poder, creando en el individuo una especie de código que se ha transferido sigilosamente por generaciones, el cual sólo pocos han logrado superar iniciado así las famosas revoluciones; lamentablemente no siempre les ha sido posible ver en la práctica sus propuestas y consolidadas como parte de la sociedad, pues terminaron siendo perseguidos, expulsados o abatidos por quienes no desean participar en ellas.
Existen muchos ejemplo para ilustrar lo anterior, tal vez el más famoso es el caso de Galileo, pues cuando todo el mundo estaba convencido de que la Tierra era el centro del universo él observó que se movía. Galileo fue duramente atacado, criticado e incluso torturado por tal afirmación y ahora, siglos más tarde, resulta simple entender por qué ocurrió tal abominación: los individuos de su época estaban tan segados por su paradigma que no era precisamente aceptar la idea del investigador lo que les motivaba a resistirse, sino el hecho de que todo cuanto creían cierto dejaría de serlo, todo lo que consideraban estable y seguro desaparecería.
Precisamente en el ejemplo anterior se puede observar la responsabilidad que posee el individuo en los cambios y como la apatía del común puede retrazar el desarrollo de toda una sociedad, y ello sin percatarse que es factible contar a quienes han marcado la diferencia, siendo el resultado de la suma una insignificante porción si se le compara con aquellos que se mantenían inmersos en la rutina, y esto ha ocurrido en cualquier época de nuestra historia.
Por ello, no es del todo cierta la afirmación que asegura que los cambios fueron graduales en el pasado y que el siglo XX es el inicio de todo cuanto hoy ha de enfrentar cada persona. Sin ánimo de hacer uso de rebuscados precedentes históricos, el hombre ha experimentado cambios desde aparición hasta el presente: glaciaciones, terremotos, avalanchas, depredadores, inundaciones, guerras, invasiones, erupciones volcánicas, etc., sin dejar de sumar a ello los cambios culturales, de lenguaje, de creencias, de exigencias sociales, invenciones… y todas han sido superadas, con o sin resistencia hoy en día cada situación pasada fue asimilada con tal facilidad que resulta difícil aceptar el hecho natural mencionado en párrafos anteriores.
El ser humano es la pieza clave de las empresas, sin él las organizaciones serían monumentos vacíos, inertes y fríos. Sin embargo, la necesidad de mantenerse estable y seguro han impedido a las personas percatarse de un hecho también innegable: cambiar no significa dejar de ser, es mejorar lo que se es sin perder la esencia. Si un individuo cambiara totalmente ¿quién sería? Otro individuo ajeno a su principio, pero si generara cambios en aquello que considera débil de sí, la transformación resulta una mejora.
El concepto anterior es susceptible a ser aplicado en las organizaciones, los empleados deben observar el cambio más como una mejora que como un elemento distorsionaste del entorno, creado o planteado para devastar la estabilidad alcanzada.
No obstante, la perdida de posibilidades de cambios puede considerarse a su vez un elemento distorsionaste, pues atenta contra la naturaleza humana también, en estados de constante monotonía, donde las actividades se repiten de manera perseverante, el individuo presenta necesidades de reto y superación, de lo contrario se deprime.
He aquí cómo terminan por contradecirse algunos elementos que conforman el dilema individual del cambio, en primer lugar existen personas que pretenden evitar que el cambio ocurra, prohibiéndose así mismas innovar; mas la rutina genera hastío entre ellas y surge la necesidad del cambio, ya sea de generarlo o aceptarlo.
Por lo tanto, puede decirse que el individuo termina, tarde o temprano adaptándose a las nuevas exigencias de su entorno, pues al final como en el caso de Galileo la realidad se impone aún en contra de quienes quieran erradicarla, permitiendo con ello alcanzar el próximo nivel, por lo que resistirse resulta siendo sólo un proceso dilatorio.