¡Estúpida experiencia!
Entre los 0 y los 18 años de vida, en el mejor de los casos, la experiencia es un tema que se deja a los adultos y es la curiosidad y el ensayo y el error los que reinan en ese mágico periodo.
Pero cuando se han culminado los estudios o, simplemente se asoma la posibilidad (y en algunos casos la necesidad) de ser empleado por alguna persona, empresa u organización, la experiencia deja de ser un tema de adultos y se convierte, además de una inmensa preocupación, en una limitante repetitiva en boca de quienes se toman el tiempo de considerarnos como posibles candidatos para un cargo, una tarea o un nivel de conocimiento específico. Repentinamente nos damos cuenta de que estamos fuera del mercado laboral porque no poseemos absolutamente ninguna experiencia.
Justo en ese momento, aquello que parecía ser simple teoría se convierte en un requisito exigible y excluyente. ¡Tenemos que tener experiencia! Pero la experiencia no se compara con el acto de comprar una medicina o un suculento plato en un restauran de comida rápida, qué bueno sería que su adquisición estuviera tan a la mano como en aquel momento donde Neo, el héroe de la película The Matrix, abre los ojos y le dice a Morpheus (después de haber sido grabada en su memoria la información) Ahora sé Kung Fu. La experiencia es un proceso gradual que consta de práctica, teórica, emociones, excitación neuronal e imaginación. Si esos cinco (5) elementos están ausentes simplemente no se completan los pasos y se falla al intentar cualquier tarea. Pero como proceso gradual no debe entenderse que requiere el mismo tiempo en todo momento y en todo caso, eso es una competencia individual que nos diferencia, cada persona aprende a su ritmo. Así que una vez que se entiende que sin ella no se puede pretender ser candidato comienza la carrera por conquistarla cual el más preciado premio. Primero se ha de convencer a alguien que se es capaz de hacer la tarea, luego hay que pasar por un periodo de breves frustraciones cuando los resultados no cubren las expectativas o cuando el enfoque no ha sido el correcto. Durante ese proceso aparecen luces que forman el carácter y orientan a la persona, algunas descubren que están hechas para ese trabajo y se convierten en expertas, otras observan que pueden hacer más y luchan por crecer, finalmente hay quienes se dan cuenta que ese no es el camino y realizan otro intento.
A lo largo del tiempo, independientemente de lo que haya ocurrido luego del primer ejercicio, las condiciones suelen cambiar y la decisión de probar en otros escenarios puede ser inspirada por pensamientos propios o como consecuencia de la acción de terceros, el hecho es que incursionar en el mercado es un paso que toda persona tiene que dar en algún momento de su vida, no en todos los casos, por supuesto.
En esa etapa no falta quien considera demasiado poca la experiencia acumulada, otras que la observaran incompleta y, sin duda, habrá quienes creerán que supera las expectativas. Esto se debe a lo que yo he llamado el mito del anillo o el mito de la horma, pues algunas personas, en especial durante el proceso de selección, pretenden conseguir al candidato que se parezca en un 99.99% al cargo en el peor de los casos y eso hace que se rechace un buen número de talento humano porque no encaja como anillo al dedo en la organización
Es simple, para que una persona tenga experiencia en algo debe trabajar en aquello que desconoce, si no lo hace es imposible que llegue a desarrollarla ¿es esto tan difícil de entender? Creo que no.
El hecho es que en el devenir del crecimiento y desarrollo del individuo en el campo laboral, e incluso en otros campos, el tiempo, la practica y la teoría se conjugan para formarlo como una persona conocedora, experimentada y atractiva. Pero es justo ahí donde está la paradoja. Una vez que se ha acumulado toda la experiencia necesaria ésta se vuelve peligrosa y excluyente. Se hace peligrosa porque en la mayoría de los casos nadie quiere tener como subordinado a alguien que pueda saber más que él, es obvio, si se atreve a contratar a una persona que lo aventaje en conocimiento y experiencia su cargo peligra ¿o no?… y es excluyente porque cuando se sabe mucho de algo y a la vez se tiene suficiente experiencia practica resulta difícil ubicar al individuo en el tabulador salarial que la empresa posee sin herir susceptibilidades o generar conflictos con los demás empleados que no perciben de inmediato el nivel teórico-practico del recién llegado.
Lo anterior termina por dejar fuera del mercado, en ciertos casos, por su experiencia y conocimiento, a quien estuvo fuera del mercado justamente porque no tenía suficiente experiencia y conocimiento para estar en él ¡qué paradójico!
Por supuesto que no faltará quien diga que los extremos son malos, gracias a su derecho hacer juicios de valor, pero ante tal planteamiento valdría la pena reflexionar: Cuando no tienes experiencia la necesitas para todo cuanto quieres alcanzar, no pareciera haber nada que no la exija, pero cuando la tienes nadie la necesita prefieren probar con personas que estén un poco menos experimentadas, entonces ¿para que sirve la experiencia?
La experiencia servirá en la medida que quienes la exigen comprendan el valor que posee construirla y lo extraordinario que representa compartirla, mientras eso no pase seguiremos alimentando esa absurda paradoja.
Este tema es tratado ampliamente en el libro de mi autoría Gerentes Ineptos próximamente a ser publicado.