Coaching, una cuestión de amor
Todos presentíamos que aquella cena de Nochebuena iba a ser muy especial para nuestra familia. Cuatro meses antes, a mi madre Marisa le habían diagnosticado un cáncer irreversible que terminaría con su vida en poco tiempo. Aquel 24 de diciembre de 2010, padres, hijos y familiares estábamos sentados a la mesa del comedor de casa. De fondo, el oratorio de Navidad de Bach, que como cada Nochebuena sonaba en la sala de la biblioteca. Lo recuerdo muy emocionado. De alguna manera, sabía que aquella cena en tan señalada fecha sería la última junto a nuestra querida madre.
En aquellos momentos yo quería retener cada palabra, cada gesto, todo… Soñaba con parar el reloj allí mismo, hasta la eternidad, para robar tiempo al tiempo y colmar mi deseo de mantener con vida a nuestra madre un poco más, retrasando en lo posible su inevitable final. Hoy puedo decir que vi cumplido mi anhelo, al revelarse esa noche un sentimiento de amor profundo que revivo cada vez que comparto vivencias, emociones, alegrías y a veces también lágrimas con personas que necesitan ser escuchadas.
Rescato de mi memoria un recuerdo tan emotivo y personal para dar sentido a un tema que se ha puesto de moda: el Coaching. Para quien no esté familiarizado, un coach es un profesional que acompaña en procesos de aprendizaje a aquella persona (coachee) que desea mejorar su vida. En estos tiempos, veloces y agitados, han “florecido” tantos coaches en nuestro planeta que cualquiera podría atravesarlo de norte a sur, saltando como una ardilla sobre sus cabezas.
Es cierto, hay plaga de coaches. Los hay avalados por infinitas escuelas y certificaciones, unas con acreditado prestigio y otras sin él. No debe extrañarnos, por tanto, que haya quien vea en la figura del coach la de aquellos charlatanes y vendedores ambulantes de crecepelo que, a voz en grito, recorrían en coche de caballos el Viejo Oeste anunciando las bondades de sus fórmulas milagrosas.
Ahora más que nunca, hombres y mujeres tratan de aliviar sus contradicciones internas y su pérdida de sentido en la vida buscando amparo en el consumo de ansiolíticos, antidepresivos y antiulcerosos, por no hablar de las drogas ilegales y el alcohol. Al ser humano le fallan sus herramientas emocionales básicas para poder vivir en paz con los demás y, lo que es más preocupante, para poder soportarse a sí mismo. Pero, ¿cuál es la solución? Como el caminante de Antonio Machado “se hace camino al andar”, en una invitación a crear nuestro destino. Y si además, en estos tiempos modernos, lo hacemos acompañados de un coach, el aprendizaje puede resultar más eficiente. Lo principal es saberse rodear de esas buenas personas, y a la vez profesionales excepcionales, que aman y valoran por encima de todo al ser humano. Bien es cierto que algunos que se autodenominan coaches posturean sin pudor con el lenguaje empresarial de igual manera que otros, quizás los mismos, lo hacen con el del alma.
El Coaching, lejos de ser una moda pasajera, viene a quedarse para largo. Y como sucede casi siempre con lo que parecen modernas invenciones, el desconocimiento y desconcierto mundano sobre el significado del Coaching es descomunal. No busques en estas líneas definiciones precisas sobre la materia. Yo te hablo desde la experiencia, desde la emoción, desde el corazón… Ser coach profesional, es una forma de vivir que requiere, ante todo, instinto y vocación de servicio a los demás. Una forma de vivir presidida por el amor. Lo primero que necesita un buen coach es aprender a amar al ser humano, para acto seguido amarlo de verdad, sin restricciones.
Ojalá, como me sucediera a mí aquella Nochebuena de 2010, pudieras reconocer el sentimiento emocionado que prendió de manera incomparable en mi corazón, haciendo que mi vida cambiara para siempre. Antes de iniciarse la cena de Navidad y después de que nuestra madre oficiara una bendición, mi padre se puso en pie, alzó la mirada y pidió la palabra. Aquel hombre, roto de pena y a la vez provisto de las fuerzas justas y necesarias que siempre asoman en los espíritus decididos y que rebosan dignidad, (los que saben cómo amar de verdad sin perder la elegancia ni la compostura), declaraba a su mujer la incondicionalidad de su amor, desde siempre y para toda la eternidad.
Su corazón declamó al de su amada un conmovedor y hermosísimo poema creado desde lo más profundo del alma para la solemnidad de aquel último e inolvidable encuentro en familia. Fueron mucho más que unos versos. Amor en estado puro, en vivo y en directo. Esa noche, el amor de dos personas que eligieron amarse toda la vida conseguía poner a salvo lo que en verdad significa “ser humano”, mientras la angustia y la desazón se desvanecían mar adentro. Recuerdo bien aquellos versos enamorados, escritos también a contramuerte. El más emocionado y valiente decía: “Mientras te amaba…”
Sí. Aquí y ahora quiero proclamar al mundo la importancia del amor como sentimiento liberador en la vida y, desde luego, en el buen Coaching, en el buen hacer a los demás. Porque este arte sublime solo puede crearse y compartirse si se ama de verdad. Gracias a la generosidad de mis queridos padres, aquella Nochebuena aprendí a reconocer la inmensidad del amor, el que sólo existe en el corazón de las personas que lo son de verdad y tiene además la llave para crear mundos nuevos y transformar la naturaleza del ser humano, aún tan primitiva y ambivalente, en el tesoro más valioso del universo: la autenticidad. Quizás ahora puedas comprender mejor por qué para mí ser una persona de verdad y buen coach es, en esencia, una cuestión de amor.