Confusión en torno al pensamiento crítico
En la correspondiente indagación por Internet, advertimos que a veces se ve el pensamiento crítico como un tipo más de pensamiento (además del lógico, el analítico, el conceptual, el creativo, el convergente…); podemos topar, por ejemplo, con que “el pensamiento crítico es muy útil en personas que…”. Pero, más que mera utilidad, habríamos de ver en él un modo decisivo, cardinal, crítico de pensar, cualquiera que sea el momento cognitivo; habríamos de percibir en este concepto una esmerada cogitación que nos aleja del error, la subjetividad, la credulidad, el engaño.
El denominado pensamiento crítico viene a cuidar la calidad del pensar nuestro de cada día, en todos sus tipos o momentos: interpretativo, evaluativo, analítico, inferencial, lógico, sintético, conectivo, inquisitivo, sistémico, argumentativo, creativo… Sin embargo el concepto —digamos mejor constructo— apunta tanto a lo cognitivo, como a lo volitivo, lo actitudinal y aun lo virtuoso; dentro de la unicidad de cada uno, se trata en efecto de una cierta excelencia en el pensar, que nada tiene empero que ver con la intelectualidad del término “pensador”.
Al desplegar su significado —al que han contribuido tantos filósofos y psicólogos del Critical Thinking Movement—, ciertamente identificamos una autónoma y autoexigente forma de pensar; una fortaleza en la que todos habríamos de ser educados, en beneficio de nuestro desarrollo y nuestra efectividad. No, no cabría hablar de crecimiento personal al margen del pensamiento crítico, y acaso la sociedad habría de tomar conciencia más activa de ello.
Diríase no obstante que, ajenas a este movimiento, hay algunas iniciativas que declaran difundir el pensamiento crítico y puede que, más que difundirlo y sin proponérselo, lo estén difuminando, desdibujando. Por ejemplo, en nombre del pensamiento crítico y de la ciencia (Skeptical movement) se viene orquestando un combate dialéctico contra todo lo tenido por pseudocientífico o paranormal; pero no es el pensador crítico, sino el criticón, el que se dedica a buscar y señalar supuestos engaños o errores. El pensador crítico puede topar con falsedades, pero no las ve como un fin alcanzado sino como un paso previo para llegar a la verdad en sus asuntos cotidianos.
La polisemia del adjetivo (también en español) podría estar contribuyendo a la confusión y todavía cabe insistir en que este pensamiento es “crítico” por decisivo, fundamental, inexcusable para llegar a sólidas conclusiones; no supone predisposición a criticar, sino a acertar. Parece obligado acudir a los expertos del movimiento y consolidar la idea: hablamos de un pensamiento racional, preciso, disciplinado, penetrante. El pensador crítico —los expertos nos lo presentan intelectualmente virtuoso— muestra subordinación a la verdad, perseverancia, humildad, autonomía, entereza, empatía, imparcialidad, integridad…
Se nos dice que su mente es flexible y abierta a nuevas posibilidades, que sus razonamientos son confiables, que se informa debidamente (sin limitarse a aquello que avala sus posiciones o favorece sus intereses), que profundiza en los asuntos, que duda y se asegura antes de llegar a certezas, que evalúa con idóneos criterios, que cuida sus inferencias y juicios, que formula argumentos sólidos y oportunos… Todo ello de cara a asegurar los aprendizajes, la solución de problemas, la toma de decisiones, la superación de obstáculos, la obtención de resultados.
La sociedad parece a menudo mostrársenos dividida entre manipuladores y manipulados, con gran mayoría de estos últimos; pero el movimiento del pensamiento crítico viene a postular que todos pensemos por nosotros mismos con acierto. No viene a cuestionar las jerarquías, ni las creencias de cada uno, ni sus valores, sentimientos o deseos; viene a impulsar nuestra calidad cogitacional.
Obviamente y aunque hubiéramos sido bien educados en el pensamiento crítico, no cabría descartar que a veces nos equivoquemos, e incluso seamos objeto de engaño y manipulación. Podríamos desde luego equivocarnos, ya fuera por falta de atención o documentación, o por las muy diversas interferencias intelectuales (intereses, sentimientos, inquietudes, afanes) que a todos nos caracterizan; pero, sin la suficiente dosis de pensamiento crítico, nos arrastraría la corriente, dejaríamos que otros pensasen por nosotros y estaríamos por ello renunciando a nuestro protagonismo intelectual, a nuestra dignidad de seres humanos.
Podría decirse que, en la práctica, el pensamiento crítico supone escuchar a nuestro departamento interior de calidad intelectual, el responsable de la precisión y el rigor en el pensar. Sin olvidar el valor aquí de la intuición genuina, podríamos identificarlo en buena medida con un Pepito Grillo que nos advirtiera de los errores del razonamiento, e identificarlo también con un advocatus diaboli igualmente interno, que nos ayudara a neutralizar tendencias rutinarias, a consolidar argumentos y conclusiones.
No hace falta recordar que el pensador crítico tiende a dudar, analiza detenidamente causas y consecuencias, lentifica y asegura las inferencias… No va tras el error o el fallo, aunque tope con ellos; va tras la verdad, para acercarse a ella lo más posible. Es bien cierto que cada uno percibe la realidad a su manera; como también que siempre podemos hacer un esfuerzo mayor de objetividad y que vale la pena.
El mejor pensador crítico no adultera conceptos, no se aferra a errores, no deja que se lo den pensado, no establece analogías con ligereza, no entra en discusiones vanas, no argumenta débilmente, no llega a falsos dilemas, no muestra afanes de supremacía retórica, no se va por las ramas, no desatiende a las consecuencias, no habla de más, no da por resueltos problemas que no lo están, no crea nuevos al tratar de resolver los existentes… El pensador crítico gobierna su cerebro para aproximarse a la verdad.
Disculpe el lector la insistencia, la reiteración, seguramente innecesaria; pero en verdad parece haber una cierta confusión en torno al concepto-constructo que nos ha ocupado, por no hablar asimismo de cierta prevención ante el desarrollo de esta fortaleza en la población: obviamente, no asistiríamos al imperio de la posverdad si fuéramos todos, en suficiente grado, pensadores críticos.