Ante la incertidumbre, ¿cómo interpretar los pronósticos de los economistas?
El surgimiento del coronavirus es un evento mundial que tomó por sorpresa a más de uno y que no tiene antecedentes, al menos en cuanto a magnitud, complicando la labor de cualquier pronosticador, incluso la Reserva Federal decidió no publicar sus estimados macroeconómicos en marzo. Las estimaciones de las principales variables económicas, en consecuencia, han cambiado con frecuencia. Es por ello que yo recomiendo, más en estos momentos, no tomar los pronósticos de forma puntual, si no, de forma direccional.
2020 iba a ser el año de la recuperación económica mundial, dado que los principales riesgos que agobiaron a los agentes económicos durante 2019 comenzaban a moderarse: EEUU y China alcanzaron un pacto comercial “Fase 1”, el Reino Unido y la Unión Europea acordaron, en principio, una separación armoniosa. En México, también se esperaba un “rebote” en la actividad, después de la ligera contracción del año pasado. Destacan, entre los elementos que soportaban esta recuperación, el contar con una base comparativa sencilla (efecto estadístico favorable), un entorno de menor incertidumbre comercial (ratificación del T-MEC), menores tasas de interés y mejor eficiencia en la ejecución del gasto público por parte del gobierno federal (después del año de aprendizaje). Con todo lo anterior, los economistas, en general, esperábamos que la economía mexicana creciera cerca del 1.0% en este año.
Todo cambió con el brote del coronavirus en China y, sobre todo, con la expansión y la velocidad de contagios a nivel global. De ser una amenaza relativamente concentrada en la región asiática, ha evolucionado significativamente, al grado de paralizar la actividad en el resto del mundo. Viajes y eventos internacionales se han suspendido, se implementaron medidas de control en la población, cerrando comercios, etcétera. Además, los mercados financieros han presentado movimientos de pánico, presionando los tipos de cambio y las tasas de interés en países emergentes, como México, y pulverizando el precio de materias primas.
Este nuevo panorama es sumamente adverso para una economía como la mexicana, que el año pasado tuvo una ligera caída, productora de petróleo, con finanzas públicas frágiles y exposición al comercio y las cadenas de suministros internacionales. Naturalmente, es inevitable pensar en un escenario de recesión; sin embargo, ¿qué tanto podría contraerse la actividad, hasta dónde se depreciará el tipo de cambio, ¿cómo reaccionarán el gobierno, los inversionistas, los empresarios y los hogares? Responder a estas respuestas con exactitud es prácticamente imposible, por lo que los economistas partimos de ciertos supuestos (i.e. asumimos que los agentes van a actuar de una forma determinada), normalmente tomando algún antecedente con condiciones similares, y procedemos a hacer ejercicios econométricos, que arrojan un pronóstico puntual de las diferentes variables económicas. Al ser un entorno incierto y sin precedentes, recomiendo no enfocarse en el dato puntual (cargado de supuestos y relativamente subjetivo). Por el contrario, sugiero observar a dónde se dirigen los estimados, cómo cambian respecto al anterior; es decir, tomarlos de forma direccional.