El Poder y las Pymes
Poder. Es una palabra que se dice fácilmente pero a la que difícilmente se le ofrece toda la connotación que posee en los momentos en que resulta más oportuno hacerlo. El poder tiene varios significados, produce diferentes emociones y es usualmente interpretado dependiendo de quien lo posea o lo experimente.
El poder es un arma de doble filo. Una carta que exige saber cómo y cuándo jugarla, una experiencia fugaz o una pesada carga. El poder puede ser todo eso y más, pero independientemente de lo que sea es una expresión ineludible de la cual es imposible zafarse.
Una escena de una película de Cantinflas resume de manera muy sencilla todas las características que se han dicho con anterioridad, en ella el personaje se muestra como un abogado al que recurre un cliente de edad avanzada luego de haber utilizado sus servicios para forzar un matrimonio con una muy joven muchacha. Al percatarse de los deseos de anular la boda por parte del cliente Cantinflas comenta: Se casó con la joven por poder y ahora quiere divorciarse por no poder
Aunque la situación presente en el film es hilarante, encierra una profunda reflexión acerca del poder y esta es, precisamente, que el poder no proviene de quien lo ostenta, le es dado o restado por un tercero, un ente ajeno a él. En el caso de la película el cliente obtuvo el poder por la ley, pero las expectativas de su pareja hicieron que éste se esfumara.
El poder se ejerce o se gestiona. Aunque parezcan conceptos similares en la práctica son opuestos y generan un impacto completamente distinto.
Se habla de ejercicio del poder cuando éste es ejecutado sin intervención alguna de terceros, de manera directa y unipersonal: Yo soy el dios y se hace mi voluntad. Yo soy el dueño y se hace lo que yo digo. En este concepto no hay peros, ni por qués, no hay cabida para la disidencia y mucho menos para el desacato, so pena de ser execrado y borrado de la faz de la tierra. Como lo practicaba Gilgamésh.
La gestión del poder hace referencia a la posibilidad de contar con ayuda, e incluso delegar el poder de decidir a quien demuestra tener el conocimiento en un campo particular, obviamente estando en completa concordancia con quien se lo otorga.
Pero fue justamente el primer concepto, el ejercicio del poder el que se generalizó por todo el mundo tan rápidamente y con tanta fuerza que cuando se retomó el segundo concepto pareció nuevo y arriesgado. Debido al abuso del ejercicio del poder es que generalmente se relaciona con una carga ética negativa: el poder es malo, el poder corrompe, el poder somete y por lo tanto hay que evitarlo.
Algunos estudiosos y experimentados arguyen que, teniendo en cuenta su finalidad, no es un atributo del poder el que sea justo, sino conveniente. Quien gestiona el poder piensa en el mañana, no en el hoy. Quien gestiona el poder se guía por los resultados, las consecuencias, no por el proceder ni por la aprobación. Pero el poder debe ser en todo momento equilibrado, ya que la más mínima desproporción le ilegitima y por ende, aunque en apariencia está fortalecido, su condición se hace inestable constantemente.
El poder se manifiesta primordialmente en la acción de decidir. Los datos, los indicadores y todo aquello que se obtenga como información es lo que afecta de manera directa la manera en que se rige una empresa y, por ende, los resultados que se lograrán alcanzar.
¿Qué pasa cuando el empresario no tiene poder?
Cuando no hay poder no hay confiabilidad, por eso, la ausencia de poder genera pérdida de dominio. El poder es un atributo esencial para conducir.
Pero es utópico imaginar a un empresario sin poder, en todo caso tiene poder pero no el que se requiere para gestionar sino para regir, quienes lo rodean no se sienten identificados, lo rechazan y aborrecen en silencio, aunque lo necesitan, no desean estar con él pero dependen de él, por lo que responde a intereses personales y no a los organizacionales que sus empleados o seguidores respondan a sus pedidos. El poder para regir, en el plano empresarial proviene de la riqueza, la capacidad económica, el poder para gestionar los recursos y a la gente viene dado por identificación, con la coincidencia de metas y sueños. Quienes carecen de ella se someten para poder obtener beneficios y, en algunos casos, aunque en desacuerdo con el estilo, prefieren soportar de mala manera su estadía en un ambiente de poco interés que soportar los rigores de la ausencia de un puesto de trabajo.
Ejercer el poder en una PYME puede ser toda una experiencia de vida, pues se corre el riesgo de parecer autoritario, impositivo y arrogante o, de no ejercerlo, de parecer indeciso, blando o poco cualificado. Esta situación coloca a quien tiene la responsabilidad de administrarla en un verdadero estado de ansiedad que puede afectar su capacidad de observar con amplitud y objetividad lo que al final es esencialmente importante: su permanencia en el mercado.
Ahora bien, ejercer el poder es un arma de doble filo, pues de la evaluación de los resultados se poseerá todo el respaldo o se perderá completamente el respeto.
Las PYMEs son susceptibles, cualquier decisión errada puede afectar su economía y por ende a las personas que dependen de ella. Cuando el ejercicio del poder responde más al capricho los resultados no siempre serán los esperados y, una vez que se repiten los desaciertos crece la resistencia y por ende la inconformidad de quienes poseen una visión diferente y por conocimiento están seguros que la decisión debería ser otra.
Pero cuando las decisiones tienen asidero y, aunque representen un riesgo, parecen ser las más idóneas y ajustadas al escenario, los aciertos producen respeto y un alto nivel de confianza y, de ocurrir, los desaciertos son vistos como consecuencia de agentes exógenos que imposibilitaron su control.
Sin embargo existe una incógnita a despejar: ¿Debe ser el dueño de la PYME quien siempre ejerza el poder o lo debe distribuir entre su gente?
La respuesta puede parecer sencilla pero a la vez es sumamente compleja y exigente: El poder debe ejercerlo quien sabe, no quien supone. Me explico: Si el dueño de la PYME conoce el proceso al dedillo, paso a paso, detalle por detalle y su experiencia, amplitud y aciertos son incuestionables, es él quien siempre debe ejercer el poder, expresado este en la toma las decisiones, generando los cambios y redireccioando los procesos, pues sencillamente está suficientemente cualificado para ello. Pero si no es así, quien gerencia la PYME deberá empoderar a quien o quienes reúnan esas características, escuchar y analizar sin descalificar o menospreciar opiniones, simplemente carece de bases para hacerlo. En este caso se puede recurrir a la intuición, y es válido, pero no habría que medir el riesgo y la certidumbre. En este caso el poder estará representado en la aceptación o no de los criterios y planteamientos expuestos y, aunque la responsabilidad recae nuevamente en quién rige la PYME, su influencia y nivel de aceptación irán ganando fuerza o perdiéndola de acuerdo al grado del acierto. Si se falla el líder formal carecerá de autoridad debido a su falta de tino y se recurrirá a los empoderados al momento de requerirse una decisión.
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