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Aprender a servir

Hay que recorrer el camino del aprender a servir. Para algunos oídos esto puede sonar a cosa rara, pero lo raro es vivir alejado de algo tan importante en la vida de las personas.

Hay que educarse para servir a los demás, a la familia, a la sociedad. Servir enorgullece a la persona, no la rebaja, la enaltece. Pero para servir hay que estar disponible, hay que tratar a los demás con un respeto infinito

Podría afirmarse, en síntesis, que si no vivimos para servir, no servimos para vivir. Aprender a servir es ayudar a los demás a hacer, a ser y a crecer como personas. Servir no hace servil al hombre.

Al contrario, le permite hacer lo más grande que una persona tiene a su alcance: hacer felices a otros. Por ahí, más que por una excesiva preocupación de sí mismo, puede llegar la propia felicidad.

Servir para implantar una cultura del dar, no del tener. Quien sirve está ayudando a construir la vida del otro. Quien da es más feliz que aquel que posee, porque para dar hay que poseer y desprenderse de lo que se posee. Dar no es sólo dar cosas, dar tiempo, dar oportunidades.

Es ante todo, darse, poner a la altura de las necesidades de los otros, estar siempre disponible para ayudar, para colaborar, para cuidar (cultivar, vivir de cerca) la relación con ellos.

La persona tiene una interioridad que respalda la acción exterior de servicio. Si le falta, entonces sucumbe ante las dificultades, se agrandan los obstáculos, se aleja de los otros o se defiende con palabras que no nacen de lo hondo de sí mismo, sino de las convenciones sociales que permiten guardar las apariencias o, simplemente, desempeñar un papel.

La persona necesita del silencio interior para poder entender bien sus propias palabras y para que ellas sean sonidos significativos, mensajes que llegan a su destino, que se entienden porque revelan una vida vivida.

“Busca en ti mismo” no es una invitación al egoísmo, sino a la intimidad, para desde ella llegar a los demás.

A veces el ruido que hay en torno a nosotros, o la vanidad por quedar bien, o por lucir las conquistas materiales o profesionales, no nos deja advertir las necesidades de los demás. El orgullo ocupa demasiado espacio, a costa del espacio que deberían ocupar las personas.

No hay cultura del dar cuando en un momento de crisis todo el mundo acude a contribuir con algo para resolver una situación pasajera. Lo más importante y clave del servir es estar habitualmente dispuesto a que los demás cuenten efectivamente con nosotros.

No es sólo exclamar: “qué bueno que existas”, sino “qué dicha compartir contigo la vida”.
Esto no es posible si no damos. Dar a los demás, no lo que no necesitamos, sino entregarles lo mejor que tenemos, así no sea lo más perfecto cuantitativamente, lo más valioso.

Lo que importa es lo cualitativamente más valioso: espíritu de servicio y de sacrificio, comprensión, voluntariedad, generosidad, servicio, disponibilidad, magnanimidad.

Aprender solidaridad

Otra de las formas de prepararse bien para la vida, y parte del aprender a convivir, es vivir la solidaridad, que implica mucho más que una sensibilidad social epidérmica reducida a mirar desde lejos la pobreza, la injusticia, la discriminación, la distancia entre las clases sociales, los problemas del propio país o de la sociedad actual.

Es verdad que sólo aprendemos lo que vivimos, y que sólo “aprendemos de aquellos a quienes amamos” (Goethe). Por eso hay que pensar en experiencias y vivencias que sirvan al hijo, al alumno, al empleado, al directivo, al colega, para comprender que se trata de una dimensión absolutamente necesaria en su vida.

En contravía del aburguesamiento, de la vida excesivamente cómoda, de los caprichos de quien todo lo tiene, o de quien no cuida lo que tiene porque sólo piensa en su bienestar y en su placer, o huye del dolor y las necesidades ajenas.

En derecho, la obligación solidaria es aquella que afecta a todos y a cada uno, porque cada uno debe responder por todo si los otros fallan.

En lo social equivale al compromiso que nos une con todos, por el cual yo tengo derecho a esperar de ellos, pero ellos igualmente tienen el derecho a esperar de mí.

Ante el otro como persona, no basta con reconocer la interdependencia. Es necesaria la colaboración, acto propio de la solidaridad.

Parte ella de la capacidad de comprender la realidad del otro y abrir al tiempo una vía reversible: el que da recibe y el que recibe da.

Es la superación del individualismo egoísta, que antepone el propio bienestar al de los demás y, en el plano social, subordina el bien común a los intereses de grupo, de partido, de empresa, etc.

No se puede comprender bien la importancia de la solidaridad si no se acepta que va indisolublemente unida al carácter social de la vida humana, a la libertad comprometida, a la participación como reclamo básico de la vida en sociedad.

La solidaridad es un modo de ser que lleva a actuar, que se hace explicito y real con los hábitos, algo que se aprende como se aprenden los demás valores.

A veces ella parte del tener material y económico, porque hay quienes no pueden responder como personas porque les falta lo elemental para vivir. Ese tener sirve de camino al ser. Debe ser siempre un tener para poder ser y poder dar y servir.

La raíz primaria de la solidaridad está en la familia, donde se aprenden las virtudes esenciales y se adquiere la dotación básica para la vida.

Los otros ámbitos de la solidaridad son los grupos secundarios, como la empresa, que habiendo logrado tantos avances tecnológicos y económicos, sin embargo, en este aspecto se ha quedado muchas veces corta.

En este sentido hay que dar un giro radical. Por eso se insiste tanto hoy en la cultura corporativa, que es la trama de esos valores articulada en un determinado entorno o contexto al que debe servir.

De esta manera se ve más clara la solidaridad como una tarea específica, de la persona y la empresa, de cara a una comunidad también específica. Ya se dijo que la empresa tiene como fin no sólo el beneficio económico, que forma parte esencial de su razón de ser.

Realmente el beneficio no es completo si no se tiene en cuenta esa solidaridad, indispensable para construir una comunidad.

La solidaridad debe defenderse frente a posiciones individualistas que proclaman la libertad de mercado sin límites. No se puede dejar que “domine la vida social la lógica implacable del intercambio” (Soria), cuando puede estar amenazada la supervivencia de los grupos sociales y de las personas. Éstas no se pueden equiparar como se equiparan e intercambian las cosas.

La solidaridad es regida muchas veces por la lógica de la gratuidad. Si el desarrollo económico y los beneficios de la empresa no son para todos, no estará siendo ella un sistema de cooperación y un ámbito de solidaridad

Ser socialmente responsable

Servir es servir a todos, no sólo en la perspectiva personal que vengo tratando aquí, sino en la perspectiva propia de las organizaciones, llamadas a compartir sus beneficios con la sociedad a través de lo que podemos llamar un liderazgo socialmente responsable: devolverle lo que ella de muchas maneras les ha dado.

Me refiero, en primer lugar, a su entorno estratégico que es el centro de su acción. No podemos extender la responsabilidad social a todo el país y a todos los sectores. Es conveniente hablar de una responsabilidad social limitada, no universal e indiscriminada, porque puede prestarse a confundirla con la justicia social misma, o con el hecho de que se les pida a las empresas estar en todos los frentes.

La responsabilidad social es el nuevo nombre de la proyección social de la empresa con su entorno, superado ya el viejo paradigma asistencialista y de apoyo caritativo.

La sociedad es tarea de todos y en lo económico, de modo especial, de los empresarios. Éstos tienen los medios y deben de volcar su acción a remediar lo que el Estado no alcanza a hacer, y aquello que de todos modos les corresponde por justicia.

Ni el concepto se debe quedar en divagaciones, ni la acción libre de los empresarios de todos los niveles puede quedarse en mera palabrería, mientras los problemas sociales avanzan vertiginosamente, causados, sobre todo, por la inequitativa distribución del ingreso.

No se trata de una simple moda, pasajera, como ocurre con ciertas teorías de cambio que van de aquí para ya, creando una cierta efervescencia y que, al final, no echan raíces fuertes y son reemplazadas por una nueva tendencia.

Se trata más bien de un propósito fundamental para aunar esfuerzos y responder a las expectativas de la sociedad frente al compromiso de las empresas con ella, para superar esa distancia que habitualmente se ha presentado entre ellas y su entorno social.

No es un tema nuevo, porque siempre ha habido empresarios responsables, pero se está presentando actualmente en forma novedosa, de modo que se pueda encauzar el afán de servicio de las empresas a la sociedad, en una forma más consistente y organizada.

No existe un enfoque unánime sobre los contenidos del concepto de responsabilidad social, pero abarca un conjunto amplio de temas: la ética social en la empresa; la rendición de cuentas a la sociedad; la participación y la solidaridad; la ayuda de los empresarios a la restauración del tejido social, afectado por la violencia, la pobreza y las desigualdades sociales; la necesidad de sumar fuerzas entre el sector público, el privado y el social para acudir a los puntos más vulnerables de la sociedad; la necesidad de unir esfuerzos en la lucha por un futuro sostenible, no sólo desde el punto de vista ambiental, sino económico, social y ético.

De todos modos, siempre existe el riesgo de darle demasiada amplitud al concepto, que puede convertirse en una panacea donde se meten todos los temas de actualidad para la empresa.

Y que los empresarios vayan de un lado para otro, con muy buena voluntad, en busca de la fórmula mágica para resolver el problema de fondo de su plena vinculación con la comunidad.

Es evidente que se trata de responder a un clamor sobre necesidades, por falta de responsabilidad no sólo de los empresarios, sino de todos los que tienen que ver con sus empresas (los aliados estratégicos o grupos de interés).

Nadie se puede apropiar de la responsabilidad social como si fuera un tema exclusivo de una élite empresarial.

Esto afecta también a la universidad, a las instituciones educativas, a las ONG’s y a quien en la sociedad esté inmerso en tareas de emprendimiento para hacer un aporte a la gestión social del desarrollo.

La responsabilidad social no se puede quedar en una enumeración de buenas intenciones de los dirigentes empresariales, ni tampoco en algo controlado por quienes manejan los mercados, o algo que sólo pueda ponerse en práctica cuando a los empresarios les va económicamente bien a pesar de que a la sociedad le vaya mal.

La sociedad no soporta esas variables caprichosas: debe ser un compromiso habitual de servicio, que permite unas determinadas soluciones a un costo que no pueden satisfacer los beneficiarios y que subsidiariamente está a cargo de los empresarios.

Hemos hablado de participación ciudadana y de la necesidad de que los individuos se comprometan cada vez más con la democracia como sistema de gestión social del desarrollo, si se quiere construir comunidades más integradas y solidarias.

Aquí cabría hablar de la responsabilidad social como ejercicio de la “ciudadanía corporativa”, para significar el papel de las organizaciones dentro de la participación social, para indicar que no es algo sobreañadido, sino indispensable.

“Hacer comunidad”, “hacer ciudad”, “hacer país”, “hacer patria”, son diferentes formas de lo que la responsabilidad social representa, como algo que va unido inseparablemente a la vocación de ser empresario.

La responsabilidad social es la mejor forma de dar trascendencia al trabajo empresarial. En cierto modo, a la hora de mirar ese servicio al entorno, las empresas se están jugando su sostenibilidad social.

Es una tarea ética porque las organizaciones, apoyadas en sus valores corporativos, en su visión y en su misión, vienen al encuentro de la sociedad, y los proyecten en ella, reforzando la ética a todas las acciones que buscan hacer realidad un liderazgo socialmente responsable.

Ser socialmente responsable es trascender a través de la vocación de servicio de las organizaciones, una forma de participación social y una manifestación real de solidaridad que les permite ir más allá de los intereses particulares.

“El que no puede vivir en comunidad, no necesita nada por su propia autosuficiencia, y no es miembro de la sociedad, sino una bestia” (Aristóteles).

Lo que enferma a la sociedad endémicamente es el individualismo, sobre el cual no se puede construir lo comunitario, como no se puede sobre el egoísmo –individual, de clase o de grupo– crear la auténtica solidaridad.

Jorge Yarce

Conferencista internacional en temas de liderazgo, ética y valores y comunicación en 9 países. Cofundador y Presidente del Instituto Latinoamericano de Liderazgo (ILL). Director de su Equipo Interdisciplinario de Consultores y Facilitadores. Director del Proyecto AXIOS (Valores en la educación). Promotor de El Observatorio de la Universidad Colombiana (www.universidad.edu.co) Escritor...

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