Argentina no puede escapar de su maldición económica
Cuando se encargó su construcción en la década de 1870, el edificio de estilo renacentista elegido para albergar una planta de tratamiento de agua en el centro de Buenos Aires tenía la intención de proyectar el surgimiento de Argentina en el plano internacional. Cuando finalmente se abrió dos décadas después, el Palacio de Aguas Corrientes fue un símbolo de ambición desmesurada. Con sus azulejos de terracota europeos importados y sus vitrales, las obras hidráulicas ilustraron los excesos que habían arruinado la economía argentina y casi derrumbaron el sistema financiero mundial.
El relato de lo que se conoció como la «Crisis de Baring» o el «Pánico de 1890» es estudiado por los historiadores económicos como el mayor colapso de la deuda soberana del siglo. Sin embargo, para los argentinos, las consecuencias reverberan fuera de las páginas de los libros de texto; ya que los mismos elementos de auge y caída atroz se encuentran en la raíz de la turbulencia económica y política del país hasta nuestros días.
Desde 1950, Argentina ha pasado el 33% del tiempo en recesión, según un informe del Banco Mundial publicado en mayo. En términos globales, dicha cifra solo es superada por la República Democrática del Congo, que sufrió dos grandes guerras, tres golpes militares y numerosos conflictos regionales durante el mismo período. En comparación, el vecino más grande de Argentina, Brasil, ha experimentado una recesión durante el 12% de ese tiempo…