América Latina, (in)seguridad ciudadana y criminalidad organizada
Hace unos días se conocieron las últimas estimaciones sobre la situación de América Latina en materia de seguridad ciudadana. El estudio, correspondiente a un prestigioso instituto brasileño, confirma que el espacio latinoamericano registra los mayores niveles de violencia del orbe, exceptuando las áreas que atraviesan conflictos armados abiertos. En términos porcentuales, América Latina es responsable de más del 30% de los homicidios mundiales, pese a contar con menos del 10% de la población; al mismo tiempo su tasa de homicidios violentos supera en más de tres veces el promedio global. En guarismos absolutos, unos dos millones y medio de ciudadanos latinoamericanos perdieron la vida desde inicios de siglo de manera violenta, en su enorme mayoría a través de homicidios intencionales.
La violencia latinoamericana presenta algunas particularidades. En primer lugar, tiene un sesgo nítidamente urbano. Los relevamientos que hace años realiza la ONG mexicana Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública indican una y otra vez que al menos nueve de las diez ciudades más violentas están en América Latina, que siempre monopoliza los siete primeros lugares. Las variaciones se observan, en todo caso, en los núcleos urbanos más afectados: las ciudades aztecas relegaron su predominio ante urbes centroamericanas, aunque de un lustro a esta parte Caracas se consolidó en la nada envidiable primera posición.
La segunda particularidad de la violencia en la región es que no encuentra sus principales explicaciones en cuestiones económicas, aunque las disparidades en materia de ingreso son las más acentuadas del planeta. Más aún, la seguridad se deterioró al mismo tiempo que millones de latinoamericanos experimentaban una sustancial mejora en sus niveles de vida. Esta singularidad ha sido subrayada en más de una ocasión por el propio Adam Blackwell, secretario de Seguridad Multidimensional de la Organización de Estados Americanos…