Haciendo el amor contra el paredón
Era el último día, después de varios, de capacitación a un buen número de personas del sector comercial (ventas, marketing y administración) de una empresa pequeña en pleno proceso de crecimiento (y adaptación). Se había trabajado duro y creí oportuno que ese día lo utilizáramos, a modo de síntesis, para evaluar las acciones que creían posible implementar, en lo inmediato, para mejorar la performance de cada uno de los asistentes, del sector y de la empresa en general.
El trabajo se efectuó en cuatro grupos. A la hora de compartir sus opiniones, surgió que era necesario mejorar la comunicación interna. Los grupos coincidieron en marcar un divorcio entre los directivos y ellos. Mi propuesta fue la de focalizar en aquello que ellos podían hacer para unir, esa supuesta (no soy muy crédulo) separación. La vida me ha enseñado que para que exista una patada se requiere, indefectiblemente, una cola y un zapato.
Alentando la búsqueda de soluciones les sugerí que nombraran al proyecto reconstruyendo puentes. Aclaré que ya que estábamos se incluyeran a los clientes y a los proveedores, para que de esa manera la empresa se nutriera tanto de lo interno como de lo externo. La conclusión debía ser sintética y clara. El trabajo se le debería presentar a los directivos esa misma semana.
Resultó una estupenda experiencia. Cuando faltaba algo menos de una hora para terminar, ingresó al salón uno de los dueños (el mayoritario) de la empresa. Saludó y preguntó cómo había transcurrido la capacitación.
Le comenté que habíamos aprendido bastante en un ambiente de respeto, confianza y con mucho humor. Justamente, ahora, el grupo está preparando un plan para presentar a los directivos e implementar algunas acciones que pueden tener un impacto positivo para la empresa.
El dueño, mirando a todos los presentes dijo: espero que todo esto no sea otra masturbación contra el paredón y que propongan acciones contundentes. La cara de los asistentes cambió de inmediato. De la alegría se pasó a la frustración. Lo único que atiné fue a decirle: los muchachos ya están grandes para eso, ellos quieren hacer el amor.
A los pocos días el gerente comercial de la empresa me solicitó conversar unos minutos sobre la capacitación ya que no había podido estar el último día por compromisos con un cliente del interior. Mi único comentario fue para destacar el proyecto que había surgido del grupo (más de 20 personas). Creo que es necesario reconstruir puentes. El, con cierto dejo de confusión, estuvo de acuerdo. Su duda, coincidente con la mía, pasaba por cómo lograrlo.
Si las necesidades de uno (la gente) y las del otro (el directivo) no coinciden en tiempo y forma, como decía Pers \»no hay nada que hacer\». Y el nada que hacer es un punto de partida, que nos lleva a replantearnos profundamente nuestra posición.
Mucha gente termina trabajando por lo que le pagan, y cumpliendo con lo que tiene que cumplir, sin disposición a hacer algo más de lo que está pautado, hay, a lo sumo una obediencia a los mandos naturales. Muchos directivos, quizá sin la intención de hacerlo, en lugar de avivar el fuego creativo e inspirador, le echan, sin ningún miramiento, baldes de agua helada.
No volví a contactar a ninguno de los asistentes. Ese día sentí mucha bronca por el maltrato gratuito, aunque contundente. El directivo no se dio cuenta de que su comentario podía resultar desafortunado e hiriente, ya que justamente la acción de reconstruir puentes tiene que ver con los otros, con el respeto de las individualidades y con la interacción voluntaria. No se trata de actos solitarios y derrochadores de energía, sino de sinergia pura.
El divorcio expresado por la gente quedó aparentemente comprobado. ¿Quién puede revertir esta situación? No me cabe la menor duda que es entre todos. Me inclino a utilizar la figura de una momentánea des-unión y no caer en la tragedia del divorcio. En las tragedias suelen morir sus protagonistas. Soy proclive a las aventuras, donde los protagonistas sobreviven al final de la historia. Apuesto, siempre, al amor que cada parte siente por lo que hace.
Lo rico de la imagen del puente es que un puente no utilizado por ambos lados es como si no existiera. No solo hay que construir puentes, sino usarlos.
Lo generativo se dará cuando se abra un diálogo entre las partes. Cada una dando a conocer su percepción sobre el presente y un futuro que inevitablemente los debería unir. Cada lado reconstruyendo el puente desde su lado. Incluso, por qué no, construir un puente nuevo.
Para que existan las soluciones, los directivos deben hacer lo suyo. Ellos, también, tienen que ejercitarse para poder pensar sus negocios y empresas partiendo desde otros supuestos, de lo contrario nada cambiará y lo que puede resultar peor, la distancia entre la cúpula y los dirigidos corre el riesgo de agrandarse, repercutiendo inexorablemente sobre la performance de la organización. Todo termina en una pulseada inconducente, algo muy parecido a lo que el dueño de la empresa no quería. Un verdadero ejemplo de una profecía auto cumplida.