Las buenas intenciones no son suficientes – deGerencia.com

Las buenas intenciones no son suficientes

La Argentina vive la peor crisis de su historia, no obstante, se presenta una excelente oportunidad de aprendizaje para la dirigencia en general, tanto la política como la privada.

Ernesto Sábato da una impecable semblanza del aprendizaje. \»El ser humano aprende en la medida en que participa en el descubrimiento y la invención. Debe tener libertad para opinar, para equivocarse, para rectificarse, para ensayar métodos y caminos, para explorar. En el sentido etimológico, educar significa desarrollar, llevar hacia fuera lo que aún está en germen, realizar lo que sólo existe en potencia.\» (Apologías y Rechazos, Pag. 90, Seix Barral).

Salvando las distancias, sobre todo por los efectos producidos, intentaré equiparar las decisiones, los dichos y las acciones del Gobierno Nacional con las de gran cantidad de dirigentes del sector privado.

Este ejercicio no resultaría válido como tema reflexivo si no consideráramos que todos ellos, prácticamente sin excepción, tienen una idea clara del diagnóstico de sus organizaciones y un honesto deseo de encontrar soluciones definitivas a los inconvenientes del presente. No dudo que todos los dirigentes están convencidos de que el camino que han elegido es el correcto. Todos quieren ganar. Todos ellos aspiran a que sus organizaciones cumplan sus objetivos de manera exitosa.

El convencimiento, que oficia como obstáculo, de la mayoría de ellos es tan grande que ni siquiera pueden considerar que hay caminos alternativos y llegan a pensar que hasta resulta perjudicial evaluar la posibilidad de utilizarlos. Todos ellos, se ufanan del valor necesario para \»timonear las naves\» (sus organizaciones) en tiempos de tormenta. También, todos ellos, invariablemente, encuentran en la complejidad del mundo actual las excusas para justificar los resultados adversos de sus gestiones. Se vienen utilizando los mismos procesos decisorios desde hace décadas, y esto es justamente lo que no permite sacar provecho de las potencialidades latentes.

Esta posición encierra el riesgo de malograr o desperdiciar las capacidades de los responsables técnicos sectoriales, supuestamente profesionalmente preparados para enfrentar las problemáticas de sus funciones. El diseñar un programa a un futuro ministro de economía es tan absurdo como el hacérselo a un gerente comercial y/o de marketing. Esto no es otra cosa que subordinar lo técnico a lo político, lo que a su vez, conduce a reiterar acciones que han llevado a fracasos anteriores, debilitando el poder político del dirigente máximo y \»desgastando\» a quienes deben afrontar la ejecución técnica en la organización. Las decisiones políticas que no respetan el espacio de la técnica y desestiman a la innovación y a la creatividad, se terminan convirtiendo en verbalizaciones, a lo sumo, bien intencionadas.

Las empresas suelen ser recurrentes en este tipo de errores, sobre todo en momentos turbulentos, que exigen firmeza de mando, pero flexibilidad de ideas. Con una demanda retraída o una oferta sobre dimensionada, se requiere desarrollar negocios, ya que el tan remanido camino de la publicidad, confundida como marketing, no agrega valor a la actividad de la empresa. Ante el fracaso, se pretende encontrar a la persona que con un programa comercial dado (se le da el qué y el cómo) y un presupuesto exiguo, logre los objetivos no cumplidos por sus antecesores. Es obvio que este accionar es más \»sencillo\» que el requerido para desarrollar las potencialidades de las empresas, incluso, los dirigentes llegan a suponer que el poder político que poseen no sufre desgaste ante la reiterada utilización de los técnicos como fusibles.

Aquí vale la pena una reflexión: generalmente, los observadores externos pueden anticipar los resultados de las decisiones adoptadas. Desde la distancia, todo es claro y hasta obvio. Para los dirigentes actuantes, las decisiones adoptadas son las más correctas y las más convenientes. En el actual contexto globalizado, el marco decisorio es mucho más complejo (interactúan una mayor cantidad de variables inexistentes en décadas pasadas) de lo que, normalmente, los dirigentes perciben.

Son escasos los dirigentes que están dispuestos a repensar la actividad de sus organizaciones para convertirlas en \»innovadoras de su sector\», creando un nuevo standard dentro de sus segmentos de negocios. Se reduce todo a buscar resultados favorables, a lo sumo, a través de la creatividad de la comunicación emitida, es así que se da con cada vez más frecuencia que las agencias de publicidad logren creaciones (sus productos) de excelencia, que no logran incrementar las ventas de los productos publicitados, que en realidad, son el verdadero problema a resolver.

Generalmente, se considera que repensar algo es un síntoma de debilidad que un dirigente no puede permitirse. Se cree que un dirigente debe moverse entre certezas, y esto produce una coraza que repele a la innovación. Con el tiempo, las pseudo-certezas terminan explotando en las narices de los dirigentes obstinados y en las de sus subordinados obsecuentes, mientras tanto, las organizaciones sufren las consecuencias.

Tomé el ejemplo del Ministro de Economía sólo para simbolizar la situación. Todos nosotros, \»desde afuera\» intuimos que las decisiones tomadas conducirán hacia tal o cual conflicto. No dudo que los asesores presidenciales, los miembros del gabinete y los gobernadores, tienen el profundo deseo de encontrar una salida a la actual crisis. Todos, al parecer, están tomando decisiones de manera racional que le permitirán al país lograr cumplir con cierta cantidad de enunciados inobjetables, pero carentes de contenido técnico que puedan sustentarlos. Las medidas técnicas deben contar con el apoyo político y no buscar que la técnica le dé sustento a la política caprichosa y para peor, colgada del almanaque y no aggiornada a una economía mundial globalizada.

Políticamente, el Presidente debe lograr el consenso interno y el reconocimiento y el apoyo internacional, mientras que el equipo económico, a través de una prolija planificación técnica de la actividad productiva del país, debe presentar alternativas de crecimiento que permitan mejorar la calidad de vida de la población y, además, el pago de las obligaciones contraidas durante años de improvisación. La situación de la Argentina, puede ser útil como caso piloto de las dificultades de países emergentes carentes de una planificación estratégica que les permita interactuar equitativamente en el actual contexto, por cierto sumamente inicuo. Posiblemente, partiendo de la hipótesis de que un Estado Nacional puede \»quebrar\», y utilizando ciertos lineamientos del sector privado, los organismos internacionales de crédito deberían impulsar la reingeniería (refundación) de aquellos Estados ineficientes, sin perder de vista los objetivos inherentes a los mismos (brindar seguridad, educación, salud y justicia a los ciudadanos). Un plan económico no puede atentar contra la naturaleza misma del Estado. Los programas económicos nacionales deben facilitar el cumplimiento de los objetivos concernientes al Estado.
Una empresa en cesación de pagos, negocia con sus acreedores el monto adeudado y las condiciones de pago, presentando los programas comerciales que le permitirán revertir sus dificultades. Lo fundamental, para los acreedores, es determinar la capacidad futura de pago, de allí que normalmente, una vez analizados los planes presentados, se contemple un período de gracia para que la empresa pueda recomponer su actividad y estabilizar su situación económico-financiera. Si los planes presentados no tienen sustento, es de prever que la empresa quiebre.

La Argentina, al igual que cada una de las naciones del mundo, actúa en un contexto muy complejo (por la cantidad de variables, intereses sectoriales creados y la velocidad de los cambios) y cuenta con ciertos y limitados recursos. Esto último es lo que termina caracterizando (diferenciando) a cada nación. Si el modelo adoptado para la toma de decisiones no utiliza el marco de la economía globalizada, los resultados continuarán siendo los no deseados. No es de esperar que el contexto se ajuste a las decisiones de las autoridades argentinas. Es evidente que con los recursos disponibles, la Argentina está elaborando el \»producto\» inadecuado. Para decirlo de otra manera: el producto no cuenta con demanda o bien, con la demanda que se tiene, no se logra generar las utilidades suficientes.

Con un mercado saturado de productos, no permitirse reflexionar sobre qué \»otras\» posibilidades se presentan, es caer en la necedad de continuar haciendo lo mismo, esperando que sean los resultados obtenidos los que cambien. Todos coincidimos en que el Gobierno se equivoca, pero el Gobierno insiste en hacer más de lo mismo.

Ejercer la autoridad implica asumir la necesidad de enfrentarse ante la duda, ya que permite mantener un cable a tierra para no caer en posiciones rígidas, arrogantes y omnipotentes que sólo enceguecen y terminan debilitando el caudal de poder imprescindible para conducir los destinos de cualquier grupo humano, mucho más el de una Nación.

El Gobierno Nacional intenta salir de la crisis actual, basándose en aspectos políticos y no técnicos. Lo que resulta peor, las decisiones políticas acotan las posibles acciones técnicas. Han sido tantas las idas y vueltas sobre el mismo eje, que las autoridades gubernamentales, al parecer, han perdido la noción del objetivo a lograr: el bienestar de los gobernados. Siendo un poco más explícito y reiterativo: el Estado debe brindar seguridad, salud, educación y justicia, y lo debe hacer de la manera más eficiente posible (utilizando la menor cantidad de recursos).

A lo largo de los años, la carencia de un plan para proyectar a la Argentina se ha convertido en una asignatura pendiente, por lo que se viene apelando a improvisaciones disfrazadas de planes. La crisis financiera actual es causa de un mal estructural arraigado, económicamente la Argentina es inviable, de allí su fuerte endeudamiento. Con los avances tecnológicos actuales, la ineficiencia que ha caracterizado al Estado argentino, hoy se presenta como patética e indefendible. Hace ya tiempo que ante la necesidad de que los números cierren, se apela a incrementar los impuestos. Pareciera que no se tiene en cuenta que al no alentar a la actividad económica, los ingresos continuarán decreciendo, y que con menores ingresos no sólo no se podrán afrontar las obligaciones con los Organismos Internacionales de crédito, sino que se atentará contra el cumplimiento de los objetivos ineludibles del Estado. Cuando se reiteran los incumplimientos, se pierde credibilidad, tanto en el orden interno como en el externo.

Si una organización no cumple con los objetivos que motivaron su creación, se plantea un conflicto existencial que la impulsa a un letargo agónico, por lo que su existencia termina careciendo de sentido práctico. Este es el peligro que corre el actual Estado argentino, asimilable a muchas organizaciones del sector privado. Una enorme cantidad de objetivos secundarios determinan las decisiones, que una vez adoptadas, van generando nuevos objetivos, que en realidad son conflictos a resolver generados por decisiones anteriores. Coloquialmente, a esto lo llamamos: apagar incendios. Una vez que los dirigentes de una organización ingresan en este laberinto vicioso, salvo que se \»pare la pelota\», la salida es sumamente complicada. Justamente, ante esta situación es imprescindible el poder político, para clarificar los objetivos primarios y mantenerlos a rajatabla.

Es sabido que hay que bajar el gasto político, pero no se asume la autoridad (y la responsabilidad emergente de la misma) para hacerlo. El Congreso no vota la disminución de las dietas de los congresistas, pero no tiene empacho en promulgar una ley anticonstitucional, arrollando la inviolabilidad de la propiedad privada. El Gobierno sostiene que debe interactuar en el actual sistema económico (neoliberal) globalizado, pero no duda en entrometerse entre los ahorristas y los bancos. Se hace más de lo mismo, no se apela a la innovación, ni se hace lo impostergable (planificar) y la crisis se profundiza. El poder del Gobierno Nacional se fragmenta frente a los ciudadanos y cada día se siente con más intensidad el desamparo y la marginación. No se tiene en cuenta que la autoridad, per se, contiene y que esto se traduce en un alivio para los ciudadanos.

Dado que el Estado se ha convertido en una pesada carga, la mayoría de los ciudadanos apela al \»que se vayan todos\» como si fuera posible la existencia de una Nación sin Estado o sencillo encontrar dirigentes que puedan asumir con eficacia la dirección del Estado Nacional. En realidad, creo que esto es una simplificación peligrosa, ya que se considera que lo que puede venir no sería tan malo como lo que hoy existe. Pasarán muchos años para que \»el pueblo\» vuelva a respetar a las instituciones nacionales y sentirse contenido por las mismas. El descalabro es total y la incredulidad ha alcanzado límites insospechados. No se lograrán cambios a través de discursos y promesas, sólo los hechos podrán ir devolviendo la imprescindible credibilidad en la dirigencia política, y para esto, se requiere repensar todos los procesos utilizados (¿cómo haríamos esto si hoy iniciáramos nuestra tarea?), olvidando los utilizados hasta hoy, que han sido, justamente, los que han causado este fenomenal fracaso.

En el sector privado, los empresarios también suelen caer en el síndrome de la visión túnel. Claro está que sus decisiones, a diferencia de las del Gobierno Nacional, no afectan a tantos seres humanos, aunque sumados los \»afectados\» de una y los de otras terminan conformando un gran porcentaje de los actualmente desocupados. Los empresarios no tienen en cuenta que sus empresas tienen, además del económico, un objetivo social.

Descarto la buena intención de todos los dirigentes, pero destaco la falta de flexibilidad para buscar caminos alternativos. Aspiro a que la Argentina logre salir de la actual crisis, y para ello, es necesario que surjan dirigentes, políticos y privados, con capacidad de reflexión innovadora, sin la cual es de esperar que todo empeore. Permanecer inactivo (estancado) en el actual contexto globalizado es empeorar. La competencia es así, algunos llegan y muchos se quedan en el camino. A pesar de que la Argentina, como lo sostiene el Sr. Presidente, esté \»condenada al éxito\», los argentinos venimos demostrando que somos capaces de zafar de dicha condena, para seguir actuando descaradamente en la \»banda del fracaso\».

La complejidad del mundo actual requiere de dirigentes con una visión global y estratégica que permita que \»Argentina S.A.\» pueda sentarse a negociar con los acreedores presentando un plan \»sustentable\» (creíble) y por ende, beneficioso para los argentinos. Sería interesante que los políticos llegaran a comprender que no tiene mucho \»mérito\» ser dirigente de estados empobrecidos habitados por ciudadanos resignados, que han perdido su dignidad como consecuencia del accionar de unos pocos bien intencionados, pero ineficaces e ineficientes dirigentes. No debería causar indignación u ofensa que los organismos de crédito internacionales nos exijan cambios, reflejados en un plan viable. A lo sumo, debería causarnos vergüenza e impulsarnos a encarar un serio replanteo sobre el futuro elegido de la Argentina.

De ex profeso no hago mención de la corrupción instalada entre los dirigentes, tanto del sector público como del privado (si hay un dirigente político corrupto, seguramente hay uno privado del otro lado del mostrador). Esto no es tema para el presente artículo, pero vale la pena destacar que la corrupción, si bien es inherente a la naturaleza humana, se ve favorecida no sólo por la falta de escrúpulos de los dirigentes, sino por la inexistencia de leyes claras, que impongan un severo castigo a quienes cometen este tipo de delitos. Esto es sólo una muestra del incumplimiento por parte del Estado de uno de los objetivos (brindar Justicia) que debe cumplir. Incluso, se llega a la insolencia de utilizar el juicio político a la Corte Suprema como una herramienta de negociación política.

Más allá de las desventuras argentinas, es evidente que el sector político mundial deberá crear políticas económicas integradoras de las diversas regiones, de lo contrario, sólo terminará acelerando el final de un sistema que encierra su propia extinción, posiblemente como un mecanismo protector de la dignidad humana. De muy poco servirán las naciones ricas que no cuenten con consumidores de sus productos. Ante la parálisis de consumo, los ricos dejarán de producir riquezas e ingresarán en el mismo nivel de marginalidad que los actualmente desplazados del sistema.

El sector privado, indefectiblemente, debe producir, con sus recursos genuinos, aquello que se demande y que cuente con valor (no costo) agregado. Los dirigentes de este sector tienen que enfrentarse a dudas que los impulsen hacia nuevos horizontes de negocios, de lo contrario, sólo estarán favoreciendo que sus negocios se agoten más rápidamente. Deben asumir que la vida útil (económica) de los productos es cada vez más corta y por ende, sus actividades requieren renovación.

El marco político, en el sector público y en el privado, debe contener al técnico y en la práctica, lo complementa. No es posible implementar medidas técnicas exitosas si no existe la contención del poder político y éste no existirá si las medidas técnicas son reiteradamente ineficaces. Las organizaciones, tanto públicas como privadas, no se desarrollan sólo con buenas intenciones, requieren de bien intencionados y expertos dirigentes, que mantengan siempre a la vista los objetivos perseguidos y adquieran la sana y adulta costumbre de revisar las estrategias seleccionadas para conseguirlos.

Oscar O Conti

Cursó estudios en la Universidad de Buenos Aires (UBA) en la Facultad de Ciencias Económicas y asistí a gran cantidad de cursos sobre management, marketing, psicología social y sociología. Ha organizado y dirigido seminarios y talleres de capacitación empresaria en diversas Cámaras de Comercio e Industria (USA y Argentina).Ha trabajado,...

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