Hijos de la soledad
Este nuevo siglo nos está trayendo cosas inexplicables desde hace algunos decenios, más tecnología que nunca para acceder a todo el conocimiento de la humanidad -algo impensable hace menos de 20 años- movilidad como nunca habíamos tenido, el acceso a todo tipo de productos y servicios desde cualquier punto, todas las posibilidades para comunicarse todos con todos y una tremenda soledad.
Nuestros niños y jóvenes funcionan como auténticos autistas. Extasiados detrás de sus misteriosas -para mí- maquinitas de Wii´s, Play´s, Nintendo´s, tienen móvil mucho antes de saber explicar una historia con cierta coherencia. Sí ya sé que todo eso es lo que hay pero, ¿no habíamos quedado que no vivimos para trabajar sino para vivir? Entonces, ¿dónde está la felicidad? Algunos piensan que está en el consumo, pero yo pienso que tiene que ver más con el compartir porque, ¿de qué sirve descubrir algo sino puedes explicarlo o tener un cochazo sin poder enseñarlo? Compartir la comunicación es el eslabón que lleva a acariciar sentirse feliz.
Pero la cuestión no está en los móviles, la tele o el consumo; el primer problema es que más de la tercera parte de niños están solos porque se ha roto su familia y eso, si que es importante y sobre todo, cuando conviven a medias entre cónyuges que desean ignorar sus fracasos. No debemos perder de vista que los jóvenes necesitan afecto y seguridad, tener claro donde dormirán, conocer el régimen de visitas, o como podrán mantener sus rutinas con cierta normalidad. Y si es posible, que alguien les explique que ha pasado, porque en la mayoría de los casos de separación, ni siquiera tienen eso.
En parte, tenemos las generaciones que nos estamos mereciendo. A menudo oigo a padres quejarse del egoísmo de sus hijos, de su tendencia natural al ocio, a la vida fácil, a la falta de compromiso también veo que en este tan humano instinto de protección se procura eludir cualquier paso que represente tomar decisiones, enfrentarse a algo, incluso se les impide equivocarse solos, hay gente tan inconsciente, que incluso culpa a los profesores o al sistema educativo, pero con ello, simplemente se está ignorando la realidad y aplazando el proceso de madurez al que deben enfrentarse solos.
El gran crecimiento de rupturas matrimoniales, con un incremento anual de un 6,5% entre 2003 y 2007, está abriendo una brecha en nuestra sociedad afectando especialmente a los más débiles, o sea, los niños y marcándoles con la huella indeleble de los errores de sus padres que en la mayoría de casos arrastrarán en su madurez y les va a afectar tanto en su vida laboral. No es casualidad que casi un 40 % de jóvenes universitarios quiera ser funcionarios y también que en su vida emocional, cada vez les cueste más tomar decisiones. Aunque estén más preparados tecnológicamente cada vez tienen menos interés por el auténtico conocimiento, no leen, no se esfuerzan lo necesario, aspiran a trabajar menos, pero no quieren perder la calidad de vida de su infancia y todo eso está relacionado.
Casi nadie tiene la culpa de sus propios fracasos, pero creo que lo que jamás puede hacer un progenitor es abocarlos en los hijos, hay que evitar compartir problemas con ellos, lamentarse, culpar y sollozar, porque de lo contrario, todo ello minará su talante, limitará su seguridad y los hará vulnerables ante un mundo que ya es demasiado ambiguo.