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De ciudades inteligentes a ciudades emocionales

La conciencia de la finitud de los recursos no renovables y de la energía convencional ha hecho que el hombre controle su uso, y se ha puesto el desafío de explorar nuevas fuentes de obtención de energía para mantener los nuevos estándares de vida.

Las ciudades han ido cambiando a medida que el hombre cambió. La adaptación de «no espacios» a «espacio público», el fomento de espacios verdes y de esparcimiento, y la promoción de espacios de vinculación urbana se fue dando por demanda del nuevo ser urbano. Un ser hiperconectado y con poco tiempo; con vínculos tan efímeros como numerosos. Un ser que, además de vivir en sociedad, necesita y desea un espacio que lo contenga sin invadirlo, que sea de su agrado y mute al compás de la evolución de las tecnologías.

Las ciudades inteligentes han quedado encasilladas como entes tecnológicos, pero deben cambiar hacia las E–cities (ciudades emocionales). Ciudades que no solo son amigables con el medio ambiente sino que aportan a la ecología urbana un nuevo carácter. Tiene en cuenta la economía zonal, regional y nacional, y, por sobre todas las cosas, considera la emocionalidad de quienes la integran. Ya no se habla de las ciudades como organismos en sí mismos sino como organizaciones creadas para las personas.

Europa, pero espacialmente Asia, tuvieron cambios en sus ciudades en poco tiempo. Varias ciudades nos devuelven imágenes que se asemejan más a películas futuristas que a planificaciones pensadas para la persona contemporánea. La artificialidad de los espacios expulsa a sus transeúntes, generando la nueva generación de no lugares, que se suman a los mencionados por el antropólogo francés Marc Augé, en su libro Los no lugares. Espacios del anonimato. Antropología sobre la modernidad (1993). Espacios sin identidad y de carácter circunstancial, que no contienen ni atraen a las personas a usarlos.

Buenos Aires no ha evolucionado al ritmo de las grandes ciudades; lo ha hecho más lento y a veces, fuera de tiempo, y como contrapartida pudo entender las consecuencias de esos cambios, reflejados en las ciudades consolidadas.

Hoy en día se encuentra en la transición de una ciudad inteligente, no madura, a una ciudad emocional prematura. Su plan urbano alienta el uso de nuevas tecnologías y de sistemas más amigables con el medio ambiente, y considera al ser urbano como usuario fundamental de los espacios. Desde las políticas públicas se fomentan las economías zonales y regionales, permitiendo una evolución y crecimiento de todas las partes (aún incipiente) y no solo de los centros tradicionales. Los nuevos polos de trabajo, culturales y tradicionales, dan identidad, integración y emocionalidad. Un ser urbano satisfecho que se siente parte, cuida y ayuda a crecer a la ciudad…



  • Ver original en Revista Mercado
  • Publicado el domingo octubre 20, 2019


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